Tratamos de comparar brevemente lo que vivió nuestro fundador en su tiempo, con la situación actual en nuestros países.
El Padre Coindre vivió uno de los periodos más agitados y angustiados de la historia de Francia. Tenía dos años cuando estalló la Revolución que provocó la caída de la realeza, dejando como consecuencia mucha pobreza y hambruna, en todos los aspectos, en la población de Lyon y sus alrededores durante varios años.
El Padre Coindre tuvo una mirada diferente ante esas situaciones económicas, sociales, políticas, religiosas y educativas que atravesaba su país. En primer lugar, quiso formar a la juventud, que era despreciada por la sociedad, a través del acompañamiento y la enseñanza, fundando escuelas junto a otras personas; trabajar por la niñez abandonada y desprotegida, formación de sacerdotes y hacer realidad su sueño: tres congregaciones (Hermanas de Jesús-María, Hermanos del Sagrado Corazón y Sociedad de misioneros sacerdotes ¡Y a fe que lo consiguió!
En la actualidad los hermanos, luchamos por hacer visible lo que el Padre Coindre quiso que fuéramos “Conocedores del amor de Dios”, puesta la mirada: en lo social, en las desigualdades y malas políticas que provocan pobreza; en lo religioso, en el aislamiento de la iglesia y en lo educativo (cercanos a los últimos, los niños “pobres y necesitados” de nuestros propios centros educativos). Y hoy los hermanos, a lo largo de nuestra historia como Instituto, continuamos dando respuesta a estas situaciones sociales donde prima el bienestar de las demás personas a través de la pedagogía de la confianza y de la compasión.
Y ante el Bicentenario que se acerca, con sencillez de corazón nos interrogamos: ¿Y si en estos momentos el P. Andrés Coindre caminara hoy entre nosotros? Con toda seguridad su consejo y complementación sería:
– “Abrid bien los ojos a vuestro entorno para que os llegue el grito del hermano, la necesidad oculta, la situación difícil, la injusticia sufrida, el dolor que hemos de acompañar, la pena a consolar, la risas que contar, los bienes que urge compartir”.
– “Creced en el “amaos unos a otros” imitando la compasión, la confianza y la misericordia de tantos hermanos y educadores que os han precedido a favor de los niños y jóvenes pobres y sin esperanza.
– Tened un “corazón que escuche” parece una rara petición, ¡pero cuánto agrada a Dios! Aprended a escuchar: escuchar a Dios, escuchar a los hermanos, escuchar a los alumnos y familias, escuchar los sonidos de la naturaleza, escuchar los gritos y silencios de los que sufren y no tienen voz.
Es cierto que no podemos cambiar el mundo, ni quitar todo el dolor de la tierra, ni tener ya resueltos todos nuestros problemas, pero podéis, a cada minuto, mirar con ojos de amor a cada cosa. Solo así sentiréis el fuego en vuestro propio corazón. Fuego devorador por el que tanto luché a lo largo de mi vida.