VOCACIÓN
Están acostumbrados a recibir cantidad de mensajes cada día: emails, SMSs…: Se preguntarán cómo podíamos vivir en mi tiempo, hace ya doscientos años, sin sus medios de comunicación. La vida, se dirán, tenía que ser muy aburrida. Pues no, de aburrida nada. Yo les diría que mi vida fue apasionante. Tenía muchos “mensajes” que recibir y dos preciosos “receptores”: mis ojos y mis oídos. Me bastaba salir de paseo por las calles de mi ciudad de Lyon, una ciudad destruida casi por completo por haberse rebelado contra el poder central de París en los años que siguieron a la Revolución, para recibir no uno sino muchísimos mensajes.
Tendría muchas cosas que contarles pero me acuerdo de una que cambió mi vida. Siempre que mis ocupaciones me lo permitían me gustaba, al final de la tarde, entrar en la iglesia de San Niceto, en donde había sido bautizado, para rezar unos momentos delante de un Cristo en cruz, con su costado abierto.
Una de esas tardes venía de la cercana iglesia de San Bruno de predicar un sermón sobre el amor de Dios, manifestado en el Corazón de Jesús. Mirando ese costado traspasado me pareció, por un instante que, a través de su herida, se asomaban los rostros de esos niños y niñas hambrientos y harapientos que cada día contemplaba por las calles. A la salida me encontré con dos chiquillas en el atrio de la iglesia. Era ya de noche y hacía mucho frío. Me contaron que eran huérfanas y que vivían por las calles y que pensaban dormir en el pórtico de la iglesia. Recordé las palabras de Jesús: “tuve hambre y me dieron de comer, estaba desnudo y me vistieron…” ¿Pero qué podía hacer yo? Les di una limosna y seguí rumbo a mi casa. Pero de pronto sentí como si me “sonase el celular”. Miré hacia atrás y mis ojos se cruzaron con sus ojos tristes… ¿Cómo podía responder a esa llamada?