Vida apostólica
¿Estaba suficientemente preparado para dejar las Casas de Formación y comenzar mi vida en los Colegios? Habían pasado seis años y dos meses desde que el 2 de julio de 1949 ingresé en Rentería siendo un crío y el 1 de septiembre de 1955 comenzaba mi vida apostólica. Cuando dije “sí” al Dios que me llamaba y al que yo “elegía”, mi ilusión era encontrarme un día con unos niños a los que enseñar y querer; había llegado la hora. Así lo debieron considerar los Superiores y con 18 años recién cumplidos, confiando en mi madurez, me asignaron la comunidad del Colegio de Guernica; allí me dirigí primero en tren hasta Amorebieta donde me esperaba el Director (no se llamaba entonces Superior) y después ,en el tren de la línea Amorebieta-Bermeo, hasta Guernica.
En la última entrevista con el Hno. Provincial, antes que conociera la “obediencia” que me iba a dar, me hizo firmar un documento que contenía una serie de ordenanzas, propósitos, referentes a mi vida religiosa; era una especie de compromiso para seguir con mi formación humana, académica y religiosa; debía dar cuenta de todos esos puntos, creo recordar que eran treinta, mensualmente por carta al Hno. Provincial; uno de ellos decía “antes de la profesión perpetua seré maestro”; y en otro “debía salir de paseo los domingos con el Hno. Director”; también obligaba a la preparación “remota” de las clases y diez minutos antes a la preparación “próxima”. De los demás no me acuerdo, supongo que se referirían a la vida de comunidad, a la vida de oración, a la manera de tratar a los alumnos en clase.
El documento firmado y que cumplí con asiduidad, ya que de no hacerlo me pondrían dificultades a la hora de solicitar la Profesión perpetua, no me supuso ni agobio ni carga. Dejar las casas de formación me dio una sensación de libertad, de poder “volar” solo por el ancho mundo que se me abría y que se me había cerrado, porque yo había querido sabiendo bien lo que elegía, desde mis 11 años. Me notaba ilusionado y libre.
Se puede pensar, después de haber transcurrido decenas de años y con todo lo que ha evolucionado el mundo, la Iglesia, nuestro Instituto, nuestros Colegios y comunidades, las maneras de enseñar y la educación en todos sus aspectos, que no estaba bien preparado para lo que se me ponía entre manos: nada menos que una treintena de niños para que les enseñara, les educara, les diera ejemplo de vida y les amara. Con los criterios de ahora no se pueden juzgar aquellos tiempos, aquellas leyes y aquellas costumbres. Como ya he señalado anteriormente los estudios de magisterio se podían comenzar después de 4º de bachiller con 15 años; si todo iba normal se acababa con 17 años; con 18 se preparaban las “oposiciones” que daban derecho a conseguir una plaza vitalicia de maestro. Mi edad y mi preparación para comenzar a dar clase en Guernica no podían llamar la atención ya que estaban de acuerdo con la época.
En el Colegio de Guernica había ocho cursos, cuatro de Primaria y cuatro de Bachiller; los cursos de bachiller no estaban reconocidos por eso a finales de junio debían ir a examinarse a un Instituto oficial; desde siempre los Hermanos se han dedicado a sus tareas en clase con total entrega y los resultados académicos fueron siempre satisfactorios. Me asignaron la 2ª clase de Primaria, no había un excesivo número de alumnos ya que la población de Guernica sería de unos 6.000 habitantes; no recuerdo el número de alumnos de mi clase pero serían unos treinta. Formábamos la comunidad ocho Hermanos y el Director (los “superiores” en el sentido actual llegaron en la década de los setenta). El Director reemplazaba una hora a los que daban clase en bachiller; los que dábamos en Primaria no teníamos ninguna hora libre.
Los alumnos eran de la clase media alta aunque se mantenía nuestra característica fundacional de no hacer acepción de personas. La economía de Guernica se basaba en la fábrica de armas, diversos talleres de platería, carpintería y servicios ya que era el centro de una importante comarca rural. No existían problemas políticos ni de convivencia entre los alumnos; recuerdo que en mi clase había hijos de médicos, de plateros, de agricultores venidos de los pueblos cercanos, de guardias civiles, de marinos mercantes…; jugaban entre ellos y hacían las amistades que suelen hacer los niños a los ocho años.
Todas las mañanas, quizás porque mi clase daba al balcón principal del edificio pero sobre todo porque era el Hermano más joven,-al joven se le asignaban muchos deberes comunitarios menores-, izaba en el mástil central de la terraza la bandera de España y por las tardes, al acabar la clase, la arriaba sin ceremonias especiales. El Colegio era un hermoso edificio propiedad del Ayuntamiento. Aunque apenas se trataba con los padres, porque no era costumbre, las familias nos apreciaban por nuestra manera de tratar a los niños y de enseñarles lo más conveniente de acuerdo con su edad y en especial el carácter católico que dábamos a la educación. En aquellos años la sociedad de Guernica era mayormente tradicional y católica. Recuerdo que algunos jueves los Hermanos que estábamos en Primaria organizamos paseos, partidos de fútbol, con los alumnos que quisieran venir de Primaria; el éxito estaba asegurado, venían prácticamente todos y los padres quedaban encantados.
Los comienzos de mi vida apostólica se pueden resumir en dar las clases todos los días de la semana incluido el sábado con excepción de los jueves por la tarde. Debo confesar que siendo las asignaturas muy sencillas, -lectura, escritura, operaciones aritméticas, catecismo, manual de cortesía, geografía, historia- no hacía mucho caso de la preparación remota, me bastaba con la próxima. Ponía especial esmero en la explicación del Catecismo porque sentía que la educación cristiana era una parte fundamental de mi vocación. Ayudaba en la preparación a la Primera Comunión de los más pequeños que se hacía en la iglesia parroquial de Santa María. No había capilla en el Colegio por lo que todos los alumnos asistían en la Parroquia a la Eucaristía dominical; también a la Eucaristía de los primeros viernes.
Cuando acababa las clases de la tarde me dedicaba con pocas ganas pero con gran sentido del deber a preparar las asignaturas de 2º de magisterio. En los exámenes de junio, por libre, en la Escuela Normal de San Sebastián salió todo bien. En aquellos años la disciplina de la vida religiosa, al menos la nuestra, era muy exigente; para cualquier desplazamiento, aunque fuera para ir a unos exámenes, había que pedir permiso al Hno. Provincial que te señalaba la hora del tren de salida, el tren de vuelta y algún transbordo si hacía falta; reconozco que en algún momento me salté parte de la “organización” y fui a visitar a mi madre y mis hermanos. Cuando acababas el viaje te preguntaba si habías cumplido con lo estipulado y no había más remedio que inventarse una mentira piadosa.
Durante el verano, después de asistir a los Ejercicios espirituales en Vitoria con casi todos los Hermanos de la Provincia se organizaron unos cursillos para los que estaban preparando asignaturas o exámenes en septiembre. Me quedaba pendiente el Preu de Ciencias; el haber cursado durante tres años 5º de bachiller me benefició para tener frescas muchas nociones que entraban en el examen que preparaba. Las clases del cursillo eran solamente por la mañana y por la tarde, con los veranos relativamente frescos de Vitoria, pude ir conociendo la ciudad y sus alrededores
A fines de agosto y antes de incorporarme de nuevo a Guernica pude ir unos días a ver a la familia; estábamos en el año 1956 y no había ido desde 1951; entonces estaban estipuladas por Regla las vacaciones en la familia cada cinco años. En septiembre tuve que ir a la Universidad de Zaragoza y pasar el examen de Preu de Ciencias; era todo por escrito, no tuve problemas y todo salió bien. No conocía Zaragoza pero una vez terminado el examen eran tradicionales dos visitas: El Pilar por supuesto (no había que pedir permiso) y los “Espumosos”, (tampoco se pedía permiso por si no te lo daban), donde servían cerveza con limón que se había puesto de moda.