UN PIRÓMANO Y UN CANTANTE
A mis sesenta años de vida, en aquel colegio privado de la Amazonía ecuatoriana, como profesor yo sumaba ciento cincuenta estudiantes en el último año de su Bachillerato, a quienes impartía con más pena que gloria la asignatura de religión. No podré señalar cuáles eran los mejores, aunque aquí comentaré algo sobre dos pésimos jóvenes. Mi materia era de las que llaman en España « marías », o sea, de puro relleno en el pensum escolar. Para aprobarla, incluso con nota alta, bastaban tres requisitos: aguantar mis horas de clases, copiar las explicaciones y conceptos que les dictaba, completar con dibujos y fotos las exposiciones y entregar a tiempo el cuaderno de trabajo.
Finiquitado el año escolar, ciento cuenta y ocho alumnos-as superaron el nivel requerido en mi banal disciplina pero a dos los dejé para supletorios y remediales, o sea, para el mes de septiembre. El señor Rector y el ínclito Tutor llegaron a mí sorprendidos de que castigara sin su ceremonia de graduación en junio a aquellos dos especímenes originales. Les respondí de esta manera : «Miren ustedes, a uno lo he desaprobado por pirónamno y al segundo por cantamañanas».
Ciertamente, al más loco de los dos lo sorprendí un día prendiendo candela en el aula; al segundo joven le encantaba arrancarse a cantar a cualquier hora con variadas melodías. De añadidura, ninguno de los dos escuchaba mis explicaciones, ni copiaba mis dictados ni entregaba el cuaderno a su debido tiempo.
Como génesis o explicación de aquel conflicto estaban las siguientes constataciones: ambos adolescentes andaban flojos de mollera, vivían en rebeldía con sus padres, eran consentidos de algunos profesores y habían logrado aprobar curso tras curso por la solapada influencia de padrinos. Cuando un colegial, sea de cualquier edad, se salta las normas a la torera, menosprecia al docente, solivianta a los camaradas y aprueba los cursos sin la menor dificultad, el problema radica en las personas adultas que le sirven de pantalla para tapar sus fechorías. Y en esos casos la solución pasa por reeducar a los incautos protectores de esos atípicos y excepcionales escolares.