Un manantial de agua viva dentro de sí
Juan 4, 6b-19
Aquel encuentro, al mediodía, junto la pozo con aquel desconocido calmó la sed que devoraba mis entrañas y me hizo encontrar al marido al que hace tiempo andaba buscando, sin llegar a encontrarle. Ese marido que era ese Dios que me amaba con locura y al que yo había traicionado tantas veces. Fui al pozo sedienta y sola y volví habitada y sin necesidad del cántaro porque yo misma era un pozo.
Permitidme ahora que os dé algunos consejos:
- Sed pacientes, estad seguros de que en cada una de vuestras vidas existe un pozo y el Maestro os está esperando sentado en su brocal.
- No os quedéis únicamente en lo que ya sabéis de Él. Al principio yo no vi en Él más que a un judío, pero él me fue conduciendo hasta descubrirle como Aquel a quien había estado esperando sin saberlo.
- No tengáis miedo de reconocer la sed que os habita. Sentíos caminantes con los que caminan y buscadores con los que buscan.
- Aprended a escuchar mejor, haceos expertos en preguntar, dialogar y compartir con otros esa pobreza que nos iguala a todos: el hombre sediento que me pidió agua resultó ser el que calmó la mía y eso me decidió después a hablar de él a los de mi pueblo.
- Venid a celebrar conmigo junto al pozo que la propia pobreza reconocida y puesta en relación con Jesús, no es un obstáculo para recibir el don del agua viva, sino la mejor ocasión para acogerla y dejarla saltar hasta la Vida eterna.
- Estad prevenidos: Él os puede estar esperando en cualquier lugar, en cualquier mediodía de vuestra vida cotidiana. Si os detenéis a escucharle, estáis perdidos. Él al principio os pedirá algo sencillo, pero al final, volveréis a vuestra casa sin agua, sin cántaro y con la sed de atraer hacia él a la ciudad entera.