Un carisma que se vive y se comparte, pero también se alimenta
Creo que fue allá por septiembre del 81 cuando comencé a estudiar en el seminario de La Granja. Tengo mala memoria y me cuesta calcular los años, pero sí sé que fue el último curso que la Provincia de España tuvo allí su seminario. Pero lo que más claro tengo es que para mí fue un gran año, un año del que guardo muy gratos recuerdos, un año en el que pasé de no dar ni golpe en los estudios a estudiar algo, un año de cambiar de amistades y de estilo de vida, un año significativo.
Cuando me pregunto (o me preguntan) por el carisma, no sé definirlo. Podría intentarlo, pero creo que no merece la pena, porque toda la teoría sobre el carisma, por más que la entienda, se me queda ahí en la cabeza y está destinada a terminar en la nebulosa del olvido. En cambio sí tengo claro que hay un estilo corazonista de educar, de concebir las cosas, de relacionarnos, de vivir. Algo con lo que me siento identificado y que, de alguna manera, me llena, me hace feliz, me motiva a integrarme y a vivir en sintonía con ello.
No sé si en el 81 se hablaría mucho de carisma, pero me imagino que nada o casi nada. Lo cierto es que en La Granja yo encontré un estilo de vivir, de enseñar y estudiar, de jugar, de rezar, de relacionarme, que era diferente a lo que yo había vivido hasta entonces. Me hizo bien y me motivó a continuar al año siguiente en Arévalo, y después en Alsasua. Me gustaba la vitalidad de esos ambientes, el clima humano, más allá incluso del académico.
Otra experiencia. En el primer encuentro de hermanos y colaboradores que la CALE tuvo en Lima recuerdo que el comentario que se convirtió pronto en denominador común para españoles, peruanos, brasileros, colombianos, argentinos y uruguayos era algo así como: “todos venimos de colegios y países distintos y, sin embargo, cuánto coincidimos en la manera de ver las cosas, de concebir la educación, de trabajar, de relacionarnos, de tratar a los alumnos, de…”
Cierto que todos conocían ya un vocabulario común: Sagrado Corazón, Coindre, Policarpo, espiritualidad de la compasión, pedagogía de la confianza,… Pero el plato fuerte eran las experiencias de vida y los sentimientos, mucho más que los conceptos. Son todos esos valores de los que el Hno. Mark Hilton habla en su circular. Esa es la vitalidad de nuestras obras, de nuestras comunidades, así se manifiesta el Espíritu, ese es el fuego que prende y se propaga.
Y si algo falla también lo percibimos con cierta facilidad: cuando descuidamos la calidad educativa, no nos preocupamos por los problemas de los estudiantes, da igual cual sea su rendimiento o su conducta, restamos importancia a la dimensión religiosa de la persona,… Esos fallos el corazonista los nota.
Una experiencia más. Cuando una nueva familia toca las puertas del colegio le suelo preguntar por qué escoge este colegio, un colegio corazonista. No sabe qué es un colegio corazonista, pero le han dicho que hay un buen ambiente, que se cuidan los valores, que los chicos se ven felices,… Uno piensa que eso debería de ser en todos los colegios. La sorpresa viene al cabo de unos meses, cuando la familia nueva (o el estudiante si es mayor) vuelve a conversar contigo y te dice con gratitud que era cierto lo que le habían dicho, y más. Y otro tanto ocurre con profesores que se integran a la plantilla y rápidamente se sienten bien acogidos, en un buen clima de trabajo y relación con los alumnos, y con capacidad de dar de sí lo mejor, más motivados que en anteriores trabajos.
El Hno. Mark nos recuerda el mandato del P. Andrés Coindre: “Propagar este fuego en todos los corazones”. Nos recuerda que lo vivimos, y somos conscientes de que el fuego, si está vivo, se prende en el entorno. Esto está bien y habrá que evitar que se apague. Pero, con la misma ansia de Jesús y de Coindre, deseamos que este fuego se extienda mucho más allá.
¿Cómo evitar que se apague el fuego? ¿Cómo conseguir que arda con más fuerza, que prenda en más personas, que se extienda? Personalmente, creo que el punto de partida es la espiritualidad. Y no quiero entenderla desde una perspectiva teórica, sino, aquí también, de manera vital. En el encuentro con el Padre, con el amor de su corazón, con la persona de Jesús, toda nuestra labor educativa, toda nuestra vida en realidad, cobra un nuevo sentido.
Por eso, todas la acciones que se enfoquen al desarrollo de la dimensión espiritual de la persona, sea de los alumnos, de los profesores, de las familias o de los mismos hermanos, van a dar el fruto de una mayor calidad a todo lo que hagamos. Y si se pierde la espiritualidad seguramente acabaremos perdiendo el Espíritu, el carisma y hasta el clima y la calidad, por muy buenos resultados académicos o deportivos que tenga la escuela.
Creo que tiene sentido el esfuerzo que muchas escuelas de congregaciones religiosas hacen por poner en marcha sus planes pastorales. El punto no es evidenciar que somos religiosos, sino impregnar del Espíritu nuestra escuela y hacerlo arder en el corazón de todas las personas. No se trata de ser monjes, sino de vivir, al menos un poco, al aire del Espíritu.
Pienso que sobre este buen cimiento luego será más fácil construir un proyecto educativo con carisma, matizar nuestros estilos pedagógicos, implementar iniciativas de todo tipo, formarnos en el carisma y hasta formar comunidades educativas con compromisos fuertes con todo el estilo corazonista.