SABER
Hay saberes de mentira y saberes que son lo que tiene que ser. Entre los primeros, el más frecuente, común y cotidiano es el basado en el rumor, el cotilleo y el chisme. Y tiene su importancia… tanta como cada uno le quiera dar. Pero indudablemente, entre quienes le dan mucha, les organiza la vida y les quita el sueño. Ocupa toda su mente y todo su tiempo. Y funcionan así por la vida. Y lo llaman saber y lo llaman vida. No encuentro adjetivo positivo para esta forma de saber, ninguno. Y el asunto tiene chicha, porque los que piensan por los demás y facturan a lo grande por ello, se pusieron manos a la obra y han creado el submundo de las redes sociales. Han sustituido el mover el dedo para apartar el visillo y meter las narices en la vida de los demás, por un movimiento similar sobre una pantalla. No voy a seguir por aquí.
El siguiente nivel es el de la información. Este saber se ha hecho un hueco importante, de hecho, para muchos es el saber de verdad, el que vale… Y así llevamos años en la “era de la información”. Y hemos llegado a una borrachera enciclopédica con su “nube” y su “red”, con su herramienta única, el “buscador” y su ser supremo, internet. Una maravilla sino fuera por sus conclusiones: “El saber está al alcance de todos, ya somos más iguales” “No hace falta memorizar, ni enseñar conocimientos”; “Es suficiente con saber dónde está lo que necesitamos saber, dediquémonos a otra cosa”.
Sin duda el primer saber (el del rumor y el chisme) nos hace manipulables e inmaduros. El saber de la información nos hace vulnerables y estúpidos, pero con título. Vale, es verdad, y nos da cierta satisfacción y distinción.
Montar la educación (y el sistema educativo) sobre el criterio del saber basado en la información no necesita personas vocacionadas, ni con sentido de humanidad, ni con sentido trascendente. Necesita idiotas, es decir, personas sin sentido del bien común. Con un ministerio, mucho dinero, conexión de fibra y personas serviles y sin espíritu crítico se pueden conseguir grandes resultados, incluso en las evaluaciones externas e internacionales.
Vamos a otro nivel: el conocimiento. Aquí se necesita precisar y distinguir del anterior nivel. El conocimiento es la información con sentido. Son los saberes organizados, con criterio, que crean un mundo, una estructura, que tienen una finalidad y que cada cual puede hacer crecer. No es la información, son los saberes purificados y encajados, con su utilidad, con su dirección. Ayudan a estructurar la mente, la vida, la persona. Aportan sentido y satisfacción. Son el aporte de la humanidad y tienen (si no se cruzan intenciones perversas) un aporte al bien de todos. Necesita de todas nuestras habilidades mentales.
No me resisto a insistir. Los detractores de la memoria la han menospreciado hasta hundirla y desterrarla de los aprendizajes. Los contenidos y conocimientos que adquirimos y memorizamos, si somos capaces de ir más allá (aquí está la clave y no en la memoria) nos permiten establecer relaciones, conexiones y crear nuevo conocimiento y sentir el placer de descubrir y de saber. Para esas relaciones necesitamos las herramientas de la mente: analizar, sintetizar, deducir, inducir, razonar, crear, abstraer, concretar, ejemplificar, criticar, expresar, escribir…convencer, sugerir, encandilar, enamorar… Vamos, las herramientas de la vida que cada uno llevamos y que la escuela nos debería potenciar al máximo. Una escuela montada con estos criterios puede ser interesante, motivadora y de grandes posibilidades humanizadoras.
¿Y si añadimos a la escuela y a la vida el siguiente nivel, el de la sabiduría? La sabiduría que va más allá del conocimiento, la de verdad. La que sale de la vida vivida y nos lleva a la vida para vivirla con intensidad y disfrutarla. Me refiero a esa sabiduría de quienes han sido capaces de vivir y hacerlo experiencia, y meter lo que han vivido por la mente, el corazón y las entrañas y hacerlo saber, vida saboreada. Me refiero a la hondura, a la anchura y a la trascendencia. Esa sabiduría que da brillo en los ojos, sentido en el todo y felicidad verdadera. Esa sabiduría que se trasmite con presencia, que tiene un largo recorrido y una expresión sencilla.
Ese saber que a veces hemos valorado en personas con años y vida intensa, que han trascendido en lo cotidiano. Por ser mayor no se es sabio: “El tiempo nos da a todos años, y solo a algunos sabiduría” Sin duda se echa de menos en muchos mayores y se encuentra en personas de distintas edades y con todas las dimensiones cultivadas.
Creo que personas portadoras de esa sabiduría deben estar en la escuela. De alguna forma esa sabiduría se la tenemos que hacer llegar a nuestro alumnado. Ojalá esa sabiduría estuviera más presente en nuestras reuniones, en nuestra sociedad, en nuestra vida… pedirla que estuviera también en nuestra política a lo mejor es soñar demasiado.
Y hay más, sí, más saber. Me lanzo y al menos lo apunto. Es la iluminación. Los que han descubierto el saber y la verdad porque han sido transcendidos. Los que desde la hondura de la espiritualidad, la meditación y la trascendencia más pura llegan a lo más sabio. Sin abandonar la vida, sin despreciar el conocimiento y la sabiduría de la experiencia pero dándole otra dimensión.
Nada. Que decía yo esto, por si nos ayuda a saber dónde estamos y hacia dónde vamos, como personas, como escuela, como sociedad… o dónde nos llevan. A elegir.