Retrato
Quise hacer tu retrato
noctambúlicamente
y modelé un modelo
con luces de Monet.
Tras tres repeticiones,
incurriendo en errores,
cambié mis pretensiones
y me acerqué al collage
verdoso de Max Ernst.
Este nuevo pintuario
tuvo repercusiones,
pues acabó en un negro
y sordo palimpsesto
en la quinta versión.
Leal a mis fantasmas
-libertad y cerebro-
«finis gloriae mundi»
imitó mi pincel.
Mi estima se perdía
-personalmente solo-
pues fiel al esperpento
surgió la epifanía:
te puse unos estigmas
en los pies y en las manos;
curioso (ergo brillante),
y concluí el boceto
con tonos de Chagall.
(Explicación: Aunque ningún poema debe ser explicado –ya que cada lector capta sugerencias subjetivas- voy a intentar expresar lo que sentí al escribirlo. Fue una noche en la que no podía conciliar el sueño y me levanté con la idea de pintar el rostro de Jesús. Las reproducciones que había visto en dibujos, grabados o cuadros no me satisfacían. Pensé en los impresionistas –mis preferidos de la pintura moderna-. Vino a mi mente Monet y su autorretrato, con amplia barba, y que dio nombre al movimiento. Lo escribí. Pero no me satisfacía. Pasé, no sé cómo, a Max Ernst, quizá porque utilizaba una extraordinaria diversidad de técnicas, estilos y materiales (tampoco me gustaba). Me propuse hacerlo de cuerpo entero, no solo el rostro, a ser posibe no de su crucifixión sino resucitado. Y volví a mis raíces, ya que no me convencía tanta modernidad. Goya. Ese sí –pensé- y como lo que más admiro de su pintuario son las “negras”, incluí en el poema referencias a él, a sus pinturas en la “Quinta del sordo” (en la “quinta” versión aparece en el poema). Vino de repente –no sé por qué- Juan de Valdés Leal y uno de los cuadros que más me han impresionado (“leal” a mis fantasmas en el poema) “Finis gloriae mundi”, si no lo conocéis es maravilloso. La gloria, la fama, el poder hechos ceniza. Es curioso que Jesús, tras renunciar a los tres, sigue siendo el Señor del universo. Decidí volver al presente. Regresé a ms raíces –Saura, Orús-. Y qué mejor pintor (no olvidéis que era un retrato) que “Moisés y la zarza ardiente” de Marc chagall. Me recordó otra vez a mis orígenes, Joaquín Costa, (el nuevo Moisés que no legisló). Pero consideré que me había seducido la contemporaneidad de su cara y concluí el poema (azul y blanco). Lo de los estigmas en los pies y en las manos es de cosecha propia (pero como Tomás no dudéis que está resucitado). No dejéis de ver todos los cuadros a los que hago referencia. Espero que no os haya confundido vuestra interpretación personal de mi poesía. Un abrazo.