Sabemos la gran capacidad oratoria del Padre Andrés Coindre, pero no siempre se convence a la gente con palabras. A veces hacen faltas gestos más contundentes. He aquí un ejemplo.
Durante la misión de Saugues, encontrándose de paso el P. Coindre por una localidad, le rogaron visitara a un hombre que nunca quería oír hablar de Dios ni de la Iglesia. Era uno de esos hombres que desprecian la religión por ignorancia; que rechazan su divina moral porque condena sus vicios y pasiones, imponiéndoles esfuerzos y sacrificios. Otros sacerdotes, en repetidas ocasiones, habían intentado atraer su alma al buen camino; a todos había rechazado profiriendo palabras coléricas e insultantes. No obstante se sabía que a este infortunado, de edad y gravemente enfermo, no le quedaba mucho tiempo de vida. Movido por un sentimiento de compasión y caridad, el P. Coindre fue aprisa a casa de ese desgraciado. Para mover su corazón, hasta entonces insensible, empleó tanto la bondad, la persuasión y las promesas como la severidad; esforzándose por inspirarle el santo temor de Dios. Todo fue inútil: el viejo insultaba a la Iglesia y sus ministros; recibió las palabras de paz y de salvación con transportes de rabia, profiriendo horribles blasfemias. Sin desanimarse por este exceso de impiedad, el P. Coindre hizo una postrera tentativa para vencer tal resistencia.
-– Amigo, a pesar de todo hay que salvar tu alma. Dios está lleno de misericordia, ten confianza. Piensa que pronto vas a morir.
– Ya lo sé; ¿acaso la gente no muere?
– Es verdad, pero ¡el infierno!
– ¿El infierno? ¡Me río del infierno!
– ¡Ah! ¿te burlas, desgraciado? Pues Dios se burlará también de ti.
y diciendo estas palabras, dio un fuerte puñetazo sobre la mesa y salió con paso rápido. Cosa maravillosa y que prueba cómo hay que variar los métodos según las personas; ese puñetazo fue más eficaz que todo el sermón. La voz de la gracia resonó al mismo tiempo en su alma pecadora ya que apenas el P. Coindre acababa de cerrar la puerta cuando lo llamó a gritos diciéndole, con gemidos, que quería confesarse. Pocos días después moría con sentimientos de fe y de conversión, manifestando verdadero arrepentimiento.
(Vida del padre Andrés Coindre de los Hermanos Eugenio y Daniel, cap 16)
☞ “Hay que variar los métodos según las personas”. ¿Somos capaces de adaptar nuestros métodos educativos sin dejarnos vencer por el “siempre se ha hecho así”?