“Ser hermano del Sagrado Corazón hoy es creer en el amor de Dios, vivir de él y difundirlo” (RdV, 13)
Es difícil definir en pocas líneas lo que significa ser hermano del Sagrado Corazón. Nuestros hermanos, los que nos han acompañado a algunos de nosotros desde nuestra niñez hasta el día de hoy, tienen varias cosas en común: el servicio desinteresado por los demás, la alegría, el compromiso por la formación de niños y jóvenes de la actualidad, la vida comunitaria y de oración… Sí, todas estas cosas y muchas más las tienen en común. Pero queremos ir más allá, queremos saber cuál es la raíz de todo esto. La única respuesta que llega es el infinito amor de Dios. Nuestros hermanos tienen en común que se dejaron amar por Dios y cuando esto pasa, ocurre el milagro que tenemos ante nuestros ojos: hombres comprometidos, llenos del Espíritu, que día a día, en algún rincón del planeta, están sirviendo como instrumento de Dios para multiplicar ese amor donde han sido llamados, para hacer de este mundo, un lugar un poco mejor para todos.
Como novicios estamos convocados a ser religiosos educadores y a contribuir en la Iglesia, como lo hacen nuestros hermanos, para poder participar en la misión que se nos ha sido encomendada. El primer paso que debemos dar, es asumir nuestra vocación dentro del conjunto que es la Iglesia, pues dentro de ella somos un hermano, una fraternidad, un conjunto de personas amadas y llamadas por Dios para formar parte de su propia familia. El segundo paso será beber de una fuente, de una espiritualidad del Corazón, de aquel que tanto nos amó y que continúa amándonos.
Ser hermano del Sagrado Corazón es dejarnos amar por Dios y amarnos con Él para amar a los demás. Por encima de todo ser extensión del amor de Dios en la vida de los demás.