PADRE FRANCISCO VICENTE COINDRE
Hermano del padre Andrés Coindre y segundo superior general.
Yo, se puede decir, viví siempre tras las huellas de mi hermano. Nací cuando él tenía 12 años y como él sentí la llamada al sacerdocio. Entre en el seminario menor en 1811 y fui ordenado en 1822 cuando. Me pidió ser capellán de los Hermanos de Lyon y de sustituirle como superior cuando él tenía que ausentarse, cosa que hice de buena gana. Para todos era “Coindre, el menor”. Eso fue para mí una gracia… y una desgracia.
Mi hermano tenía unas dotes extraordinarias para las misiones populares. Todos los consideraban como uno de los mejores, si no el mejor, orador de Lyon. Pero sus grandes cualidades atrajeron sobre él envidias e incomprensiones. Algunos no le perdonaban su espíritu libre y su dedicación a una “tarea menor” como era el mundo de la educación de los niños abandonados de Lyon.
Es verdad, normalmente, sólo soy nombrado para recordar todos mis errores, que sin duda los tuve. Yo he sido el “hermano fallido” del Fundador, el que intentó destruir todo lo que había construido mi hermano.
Cuando le sucedí era muy joven, tenía 27 años. Yo estaba ilusionado, y al mismo tiempo temeroso, por tener que continuar lo que él había comenzado y a, ser posible, mejorarlo. Quise mejorar el “Piadoso Socorro” y emprendí obras…, obras sin fin. Pero yo no tenía el carisma de Andrés, creo que minusvaloré a los hermanos, quise tomar todas las decisiones. El tema de las finanzas me hizo olvidar lo más importante: la persona de los Hermanos, su vida religiosa; las obras empezaron a ser más importantes que los alumnos. El Piadoso Socorro tuvo que cerrar sus puertas. No sé cómo pudo ocurrir pero a eso llegué. Los Hermanos sólo encontraron un medio para salvar la situación: que yo me quitara de en medio. Yo no lo comprendí, los traté de ingratos, de ignorantes, pero había algo en mi corazón que me decía que tenían razón.
Me enviaron como capellán de las Damas de Fourvière y entonces sí aprendí la lección. Cuando llegaron momentos difíciles llegué a arriesgar mi vida por ellas. Tengo que añadir que, al fin de mis días, los hermanos me cuidaron con todo cariño y veneración.