Ven, Espíritu Santo,
llénanos con el fuego de tu amor.
Llena nuestros corazones de bondad, humildad y compasión.
Haznos lúcidos[1] frente a los desafíos de nuestro tiempo.
Que, como el padre Andrés Coindre,
podamos responder a las necesidades urgentes del mundo
con ánimo y confianza.
El hermano Policarpo, el hermano Javier
y nuestros demás antepasados,
hicieron de Cristo[2], en su misterio de amor, el centro de su vida.
Infunde en nuestros corazones la esperanza, la confianza y el espíritu de solidaridad.
Haznos testigos del amor
que Dios ofrece a cada uno de sus hijos.
Ven, Espíritu Santo,
llénanos con el fuego de tu amor.
Tu soplo condujo a nuestros antepasados
a los cuatro confines del mundo.
Danos la valentía de responder hoy a tus llamadas,
de difundir el amor de Dios[3] aquí y por doquier.
En cada etapa del viaje
y a lo largo de estos doscientos últimos años,
has suscitado la colaboración
de hombres y mujeres, religiosos y seglares,
para formar a los niños y jóvenes confiados a nuestro cuidado.
Amplía nuestra visión educativa,
estimula nuestra creatividad
y profundiza nuestro compromiso
por la formación integral de los niños y jóvenes[4].
Ven, Espíritu Santo,
llénanos con el fuego de tu amor.
Fundaste esta misión
sobre la experiencia profunda que el padre Andrés Coindre
hizo de la bondad y del amor de Dios[5]
por los niños desheredados y menos favorecidos[6] .
Suscita en el corazón de los jóvenes
el deseo de ser Hermanos del Sagrado Corazón,
compartiendo con nuestros colaboradores
este carisma y esta misión.
En este momento en que nos enfrentamos a nuestro futuro,
como hiciste con las generaciones que nos han precedido,
danos la gracia de saber poner nuestra confianza en ti,
haciendo realidad nuestra divisa y común esperanza[7]:
¡Amado sea el Corazón de Jesús!
Ven, Espíritu Santo,
llénanos con el fuego de tu amor.