Mujer, mira a tu hijo
Juan 19, 25-27
Aquí estoy, de pie junto a la cruz. A mi mente viene aquel primer alumbramiento en Belén y aquel otro en Caná cuando, casi sin darme cuenta animé a Jesús a emprender el camino hacia su “Hora”.Haced lo que Él os diga, dije a los criados. Pero sabía que esas palabras eran también para mí, porque yo misma tenía que emprender el camino del discipulado de mi propio hijo.
Jesús, desde la cruz, ha sacado fuerzas de flaqueza y le ha dicho a Juan: Hijo, ahí tienes a tu madre. Luego dirigiéndose hacia mí: Ahí tienes a tu hijo.
Se trataba de dar a luz de nuevo, no a un solo hijo sino a una multitud, y eso hasta el fin de los tiempos. ¡Qué parto nacido entre dolores increíbles! Dios, oculto y solidario, se hace presente de nuevo en mi vida, como en una nueva Anunciación. Yo de nuevo le digo: Aquí tienes a tu sierva. Que se haga en mí según tu Palabra..
Cuando un soldado le ha traspasado el costado, para asegurarse de su muerte, es cuando he comprendido que el Padre había recibido a mi hijo, su Hijo en su regazo y la había devuelto la vida para siempre. De su costado han salido unas gotas de agua y sangre que me han hecho acordarme de las bodas de Caná. Verdaderamente, a pesar de todo el dolor que experimento, la esperanza invade mi corazón, también traspasado, porque han llegado las “bodas de Dios con su pueblo”. Y ha sido mi hijo, su Hijo, con su Corazón traspasado convertido en una fuente el que las ha hecho posible.