Mortificados y castos
La mortificación, la renuncia, la abnegación son palabras desagradables para la naturaleza. Sin embargo, es el único medio de convertir al alma en dueña de los sentidos; es el único medio de hacerla libre para que se lance hacia Dios.
La gente de mundo se imponen mortificaciones para satisfacer su vanidad, su amor propio; lo que ellos hacen por vanidad, nosotros lo hacemos por un motivo sobrenatural.
Esta es la doctrina del Padre Coindre:
“La mortificación ennoblece el alma haciéndola señora de los sentidos, a los cuales somete, mientras que la inmortificación hace al alma esclava de los sentidos y de las pasiones”.
“Los seguidores del mundo se sujetan a mil molestias y contrariedades para lograr sus fines, para observar las fórmulas, para agradar, para contentar su amor propio; y nosotros, ¿no podemos, por el amor de Dios y por la virtud, hacer lo que hacen los paganos y las gentes del mundo por motivos puramente humanos? Si emprendemos generosamente esta lucha contra nuestras pasiones, en ella encontraremos la satisfacción y la felicidad. Nuestro corazón no puede ser feliz si no se siente libre y desatado de la servidumbre de sus malas inclinaciones. Sobre todo es preciso mortificar la voluntad: la mortificación de este género es la que más agrada a Dios”. (Máximas RJM).