Mis desafíos
octubre 2022
Creo sinceramente que mi misión, mi llamada como hermano, aquí y ahora es empapar con nuestro carisma la vida y la acción de nuestro personal educativo, administrativo, de nuestros alumnos y de sus familias a través de mi proximidad y mi testimonio.
Si queremos que el carisma de nuestros fundadores, que el carisma de nuestro Instituto permanezca, que nuestros Colegios sigan dedicándose a la educación cristiana de los niños y jóvenes, que no se conviertan en Institutos públicos de Secundaria, los seglares que de una manera u otra se relacionan con nosotros tienen que hacer suyo el carisma, vivir el carisma.
Nuestro carisma no es una propiedad personal, lo tenemos que legar con entusiasmo a los laicos que van a tomar las riendas (que están tomando ya) de nuestros Colegios. La labor de los hermanos, jubilados o no, está en contagiar, compartir, implicar, comprometer, sembrar la semilla del carisma fundacional para que los seglares, especialmente los profesores, poco a poco lo hagan suyo, lo vivan dentro de su vida laical. Los hermanos hemos sido y somos mediadores del carisma que hemos heredado; ofrecemos a los laicos lo que ha sido y es fundamento de nuestra vida.
Me resulta muy difícil, ahora que ya no trabajo directamente en las aulas con los alumnos, participar de alguna manera (vigilancias, laboratorios, patios, entrenamientos…) en la vida colegial. Si no me lo piden en algún momento, en algún hecho puntual, más que ayudar creo que sería un estorbo.
Además de participar con todo interés en la reunión mensual de la “misión compartida”, nuestra misión de empapar a los profesores seglares con nuestro carisma debe ir por otros caminos: mostrar mi aprecio a los profesores, que sientan mi acogida, que me sientan cercano, próximo; saber valorar su trabajo, saludarles con simpatía cuando comienzan el curso, despedirnos cuando se van de vacaciones; interesarme por sus problemas, por su familia, que nos sientan cercanos, animados, alegres, dispuestos a echarles una mano cuando nos lo pidan, celebrar la Eucaristía con los alumnos los primeros viernes, estar dispuesto a ayudarles si me lo piden, estar presente en las fiestas que a lo largo del curso celebra la comunidad educativa, procurar que no se pierda por nada del mundo la buena relación que mantenemos los hermanos y los seglares. Todavía nos quieren, nos estiman y les servimos de ejemplo.
Creo que nuestro PAC para este curso 22-23 se tiene que centrar en este punto: intentar por todos los medios que tenemos a nuestro alcance que la comunidad vaya contagiando, empapando, el carisma fundacional al personal educativo y administrativo.
La razón de ser de nuestra vida de consagrados es nuestra vida de comunidad; lo más importante de nuestra vida es la vivencia comunitaria. Somos signos del Reino y la gente (profesores, alumnos, personal administrativo, familiares…) nos tiene que ver unidos. Las abejas de una colmena para elaborar la miel tienen que estar todas siempre unidas; para su trabajo no se deben separar. Esta característica de la vida de las abejas se puede aplicar a una comunidad: para realizar bien la misión a la que estamos llamados debemos permanecer unidos siendo ejemplo para los que, de una manera o de otra, conviven con nosotros y observan el discurrir de nuestra vida de comunidad.
El amor que todos ansiamos, queremos y necesitamos para nuestra vida comunitaria no es solamente un sentimiento que a veces lo sentimos y otras veces no; no consiste en darse apretones de manos, abrazos, en ir agarrados de la mano como suelen hacerlo los enamorados; esas manifestaciones del amor, esos sentimientos, no están mal; pero el amor se fundamenta en la acción y esta acción conlleva siempre sacrificio, entrega, olvido de uno mismo, estar pendiente del otro; el amor “duele” y ese dolor es lo que debe llenar nuestro corazón, nuestra vida, al notar, sentir, ver que buscamos la felicidad del otro (del hermano).
En mi época de formando hace ya muchos, muchos, años no nos educaban en las necesidades del corazón, en la conveniencia, incluso necesidad, de tener amigos; eran otras épocas, otra espiritualidad, otros planteamientos; las diferencias con las vivencias actuales son abismales y no las debo juzgar al haber transcurrido decenas de años. Sin embargo necesitamos sentirnos queridos, aceptados, sentirnos a gusto en la comunidad. Cuando por un motivo o por otro paso una temporada lejos de mi comunidad estoy deseando volver a “mi casa” porque necesito el ambiente fraterno que llena una parte de mi corazón. La vida comunitaria se sostiene en la proximidad, en el calor humano, que el corazón necesita.
Me parece exagerado, y no muy cierto, afirmar que la crisis en la vida común es la causa de “nuestro” colapso vocacional. La falta de vocaciones que se empezó a notar hace ya treinta años y más tiene otras muchas causas: el materialismo de la sociedad, la descristianización; la falta de fe, de práctica religiosa, en las familias; la disminución de la práctica sacramental, la falta de atractivo material de la vida religiosa; los jóvenes buscan otras salidas para sus vidas. Eso tiene poco que ver con las vivencias comunitarias.
Conocen nuestra vida por “fuera”, nuestro apostolado, nuestra entrega con los alumnos, nuestra presencia continua, nuestra dedicación; saben muy poco o nada de nuestra vida comunitaria “por dentro”; no les preocupa y en general nos ven como una comunidad unida y ciertamente feliz. Tanto los profesores como los alumnos, los antiguos alumnos, las familias, nos aprecian, diríamos que casi nos “admiran” pero ello no es un aliciente para que abracen nuestra manera de vivir; aunque tengan ideales cristianos (hay muchos que los tienen), buscan el camino del “Reino” por rutas más fáciles y menos comprometidas.
Actualmente se nos anima a ir por caminos que a mi entender ni estoy preparado (mi formación y educación iba por otros derroteros) ni puedo, debido sobre todo a los numerosos años que voy cumpliendo. Creo que Dios me va llevando cada día sin necesidad de avisos místicos ni apariciones celestiales.
En mi época universitaria, algún profesor de prestigio nos decía que alcanzaremos la madurez cuando tengamos la capacidad de estar solos, de disfrutar la soledad. Recuerdo que en mis años jóvenes me angustiaba la seriedad y el riguroso silencio de los días de Ejercicios espirituales. Consideraba que si una excusión comunitaria terminaba a las ocho de la tarde no era excursión; había que volver bien aprovechado y avanzado el día. Al ir cumpliendo años, al cambiar los gustos y las costumbres me puede llevar a cierto individualismo, pero no me lleva a un aislamiento comunitario; muy a menudo no se puede hacer otra cosa más que organizar tu tiempo de acuerdo desde luego con nuestra vida de consagrados. Es verdad que llegando a cierta edad se necesita descanso y tranquilidad psíquica y física; puede que a eso se llame individualismo pero no es del todo cierto; es una necesidad vital
Lo que me une de verdad a la comunidad es el Corazón de Jesús que desde niño me llamó y me eligió para esta vida de corazonista. A menudo no tengo muy presente que quien nos une es Jesús, el Corazón de Jesús nuestro guía y maestro. Muchas veces quiero vivir y hacer efectiva nuestra misión olvidando las palabras de Jesús: “sin Mí no podéis hacer nada”
H. Luis María García.