Mariana
Al principio creí que Mariana era testigo de Jehová, porque citaba pasajes de la Biblia como una fervorosa protestante. Más adelante se me ocurrió que podía ser una “cristiana radical e integrista”, que es como llaman ahora los periódicos progresistas a los católicos que van a misa.
Mariana tenía dos niños en el colegio. Los dos eran muchachos correctos y aplicados. Sacaban habitualmente muy buenas notas y pasaban prácticamente desapercibidos, como suele suceder con muchos buenos alumnos que deciden llevar su grandeza como un caudaloso río subterráneo.
Mariana era una mujer todavía joven y muy guapa. Venía cada día al colegio y, como también era simpática, no le costaba demasiado esfuerzo trabar conversación con los profesores de sus hijos. Esto no tendría nada de extraordinario si no fuera porque los temas de conversación se referían siempre a la educación cristiana de sus hijos, incidiendo especialmente en lo de “cristiana”. Se quejaba cuando un profesor no hacía la oración de la mañana o cuando alguien hablaba en clase con poco afecto del Papa o del obispo de la diócesis. “Hermano, esto no puede ser, nosotros somos Iglesia” decía con pesar.
En los colegios corazonistas, siempre hemos dicho que cumplimos una doble misión. La primera, instruir a los alumnos. La segunda, educarlos en el conocimiento y en el amor de Dios. Todo seguido, sin comas, “en el conocimiento y el amor de Dios”. De instrucción hablamos mucho: las inteligencias múltiples, las nuevas metodologías, la tecnología, los idiomas, todo esto va a destinado principalmente a los aprendizajes, a la instrucción.
En cambio, del conocimiento y del amor de Dios no habla casi nadie. No es un tema común de conversación entre profesores ni suele suscitar controversias con los padres de los alumnos. Podríamos decir que esto sí que forma parte del currículum oculto.
Un día Mariana me pidió una entrevista formal, en el despacho. Me enteré previamente que el niño mayor había suspendido, por primera vez en su vida, un examen de matemáticas. Antes de recibirla pensé que no todo el campo es orégano y que por fin iba a tener la oportunidad de hablar con Mariana sobre temas más pedestres, ahora que le apretaba el zapato. Nada más sentarse frente a mí y después de un breve saludo de cortesía me dijo: “Hermano –siempre comenzaba así–, no estoy preocupada por el suspenso en matemáticas. Me preocupa que mi hijo se haya puesto triste por una cosa tan pequeña. Le he dicho que con lo grande que es el amor de Dios, mucho más grande que el amor de su madre, cómo puede dejar que un problema de matemáticas le aleje de él. Ayúdele a comprender, por favor, que la tristeza nos aleja del Dios”.
“Hay que instruir a los niños en la religión. Les ponéis maestros de danza, les llenáis la memoria de hechos fabulosos de los antiguos paganos, como si Jesucristo un día fuera a pediros cuentas de si los habéis hecho buenos bailarines, excelentes poetas o hábiles oradores. Es preciso que conozcan los misterios (…) mostrarles a Jesucristo esperado en el Antiguo Testamento y reinante en el Nuevo, como lo muestran las Escrituras. Nos limitamos a enseñarles algunas ideas confusas sobre Jesucristo, el Evangelio, la Iglesia o sobre la necesidad de someterse a su autoridad infalible […] Mediante hechos históricos hay que presentarles la religión hermosa, amable, augusta, en lugar de mostrársela triste y languideciente. Alejadlos de la superstición: algunos padres descuidan esta tarea”. (Andrés Coindre Ms 62).