María, la recepcionista
Juan 12, 1-8
Cuando terminé mis estudios en la escuela normal no había manera de encontrar trabajo. Después de mucho tiempo me dieron un empleo en un colegio…, en la portería.
En la primera entrevista el Hermano Director me dijo que mi trabajo era de los importantes. No comprendía nada y pensaba que se burlaba de mí o que, simplemente, quería animarme.
Los primeros días no fue nada fácil, no sabía cómo tratar a las personas. Con aquello de la importancia de hacerme respetar, siempre estaba de mala cara. Me sentía insegura. Un domingo, en la eucaristía, escuché el evangelio de aquella María que lavó los pies de Jesús con perfume y los enjugó con sus cabellos.
Entonces comprendí el valor de los pequeños detalles. Comprendí el valor de cada persona, la importancia del trato. ¡Y pasaba tanta gente a lo largo del día por aquella portería! Padres de alumnos, profesores, alumnos, vendedores de todo tipo, etc. Comencé a disfrutar de las pequeñas cosas hechas con mucho cariño y de manera gratuita, sin esperar nada a cambio: el saludo a cada profesor cada mañana, acompañado de una sonrisa; el recibir cada persona que se presentaba en portería como si fuera no una más de la serie, sino única e irrepetible; irme aprendiendo poco a poco los nombres de los alumnos.
Algunas veces la portería parece casi un confesionario donde la gente te cuenta sus penas, porque necesitan que alguien les escuche. Y venga, María a escuchar. Además he intentado que la portería sea un lugar acogedor y las flores nunca faltan.
Sé que algunos se han quejado: que si la portería parece una caseta de feria, que si les doy mucha familiaridad a los padres y a los alumnos…
Hoy el Director me ha llamado. Pensé que era para echarme una bronca y hasta temía que me dijera que no me renovaba el contrato. Afortunadamente me equivocaba. Me ha felicitado y me ha dicho que mi presencia se nota, que esos «pequeños detalles» de cada día son más importantes para la buena marcha del colegio que algunas de las «grandes decisiones» que tiene que tomar en su despacho. La verdad es que no hago nada de extraordinario.