Luis, director de colegio
Hace poco más de un año me nombraron director del colegio. Un colegio de prestigio en la ciudad, con muy buenos resultados académicos. Algunos me dijeron que no me preocupara, que el colegio era como una máquina a la que simplemente había que ponerla a andar y que luego las cosas marchaban solas.
Pasado el primer año sentí la necesidad de retirarme una semana para evaluar lo ocurrido durante el mismo. A primera vista todo había ido bien, los resultados habían sido buenos…, pero me sentía terriblemente solo. Poco a poco me había ido aislando de la comunidad y debido a las infinitas reuniones pocas veces podía compartir el tiempo con mis hermanos. En la comunidad educativa cada uno iba a la suyo; en las reuniones nos limitábamos a cumplir el expediente; los profesores seguían siendo unos extraños para mí. Los trabajos burocráticos ocupaban gran parte de mi tiempo y apenas conocía a los alumnos, a no ser a través de expedientes o, a lo más, en el momento de solucionar un problema disciplinar. Y qué difícilmente había encontrado momentos de oración personal. ¿Era un funcionario o un testigo?
En esos días de silencio, reflexión y oración, una palabra se hacía presente cada vez con más fuerza: comunidad. Mi misión en el colegio no era hacer todas las cosas, sino promover comunidad educativa. Y éste fue el centro de mi proyecto personal para este segundo año como director del colegio: formar comunidad. Y comunidad supone presencia.
Tuve que rehacer mi estilo de vida. Comencé a entrevistarme con cada profesor y colaborador, interesándome no solamente por los temas académicos, sino sobre su vida; me hice más presente en la sala de profesores; intenté buscar un estilo de reuniones menos artificiales y más vivenciales; programé también algunos paseos y días de convivencia. Me hice presente en los patios, en los pasillos de las clases para poder hablar con los alumnos; tuve encuentros con los representantes de cada curso; participé en alguna de las reuniones de los grupos del equipo de pastoral colegial. Animé a los miembros de las juntas directivas de la Asociación de Padres y de los Antiguos Alumnos a que fueran creativos y participativos. Intenté no faltar a una sola reunión de comunidad y pasar algún rato todos los días en la sala de comunidad junto con los hermanos. Y un momento importante del día fue mi momento íntimo con el Señor para compartir lo ocurrido cada día; para presentarle tantos nombres, tantos rostros que necesitaban ayuda y cariño.
Y alguno se preguntará si tengo tiempo para todo. Pues sí, como dice el refrán: «Dios, que ha hecho el tiempo, lo ha hecho de sobra». Ahora, aunque parezca mentira, hago más cosas y todavía me sobra tiempo para vivir.
El formar comunidad educativa no ha sido un camino de rosas. He experimentado lo que son las zancadillas…, pero sigo adelante, seguimos adelante. ¡Merece la pena!