Los dos ciegos
Mateo 20. 29-34
Nosotros habíamos sido discípulos de Jesús. Sus palabras sobre el Reino de Dios nos habían entusiasmado. Por fin habíamos encontrado el líder que iba a llevar al pueblo a la victoria definitiva y a la liberación de la opresión extranjera.
Cuando tomó la decisión de ir a Jerusalén, pensamos que el momento había llegado. Pero comenzó a utilizar un lenguaje que no comprendíamos. Hablaba de los pequeños y de la pequeñez, de ser los últimos, de perdón, de padecimiento y de muerte. Pensamos que había tomado el camino erróneo y que no merecía la pena seguirle. Nos salimos del camino y nos sentamos en la cuneta.
Nos sentíamos desorientados, las tinieblas habían invadido todo nuestros ser. Nuestro corazón estaba lleno de resentimiento, de amargor, de decepción. Nuestra vida sin Jesús había perdido todo sentido. Éramos ciegos que mirando no veían.
Pero un día encontramos de nuevo a Jesús y gritamos que queríamos ver de nuevo. Jesús, con el corazón conmovido toco nuestros ojos y al instante recobramos la vista. La compasión nos había salvado y empezamos a comprender lo que significaba ser su discípulo… y le seguimos.