La viuda que llora la muerte del hijo
Lucas 7, 11-17
Mi situación era desesperada. En aquél féretro estaba no sólo el cadáver de mi único hijo sino también todas mis posibilidades y ansias de vivir. Estaba tan muerta como mi hijo. Es verdad que había venido mucho gente al entierro, pero sabía que dentro de unas horas me quedaría sola y abandonada y que las palabras que ahora escuchaba serían mañana viento.
De pronto el cortejo se detuvo, frente a nosotros había otro grupo numerosos de personas. De entre ellos se adelantó un hombre y se dirigió directamente a mí. Nunca lo había visto pero no me resultó una persona extraña. Me miró y me di cuenta de que sus entrañas se conmovían con una tal intensidad como yo misma me había sentido conmovida por la muerte del hijo de mis entrañas. Después vi cómo su mano estrechaba, acariciando, la mano de mi hijo y escuché su voz, tierna y poderosa, que invitaba al muchacho a levantarse.
Y fue como si a través de su mano y de su palabra pasara todo el amor y la fuerza creadora de Dios. Y me di cuenta de que se estaba produciendo el segundo alumbramiento de mi hijo. Desde lo profundo de mis entrañas de madre exclamé: Por su entrañable misericordia, Dios ha visitado a su pueblo, para iluminar a aquellos que vivían en tinieblas y sombras de muerte.