La identidad de un instituto se expresa con claridad en la Reglas y Constituciones. Ellas condensan y transmiten la experiencia de gracia que el Espíritu ha concedido al Instituto, a través del carisma de fundación y generador de un peculiar estilo de vida y de misión corazonista dentro de la Iglesia. Hoy, las Reglas y Constituciones son un referente importante para la vida de los hermanos de nuestro Instituto y en especial, para quienes se hallan en proceso de formación inicial.
Haciendo memoria histórica, el seguimiento de Cristo en radicalidad fue adoptando diversas formas, cada una de las cuales intentaba ser expresión de la vivencia del Evangelio, aunque con acentuaciones particulares en uno u otro aspecto del mismo. Así fueron surgiendo los más diversos carismas, las órdenes antiguas, las congregaciones más modernas, los diferentes institutos de vida consagrada, hasta llegar a los múltiples movimientos eclesiales actuales…
La historia nos recuerda que, desde los primeros siglos del cristianismo, la norma suprema de vida era el mismo evangelio, en el que la vida y la doctrina de Jesús estaban contenidos íntegramente. Pero al ir apareciendo las nuevas formas de vida en la Iglesia y, en concreto en la vida consagrada, se hicieron precisas algunas reglas, normas, leyes u orientaciones – que sin desplazar al Evangelio – intentaron definir mejor cada modo peculiar del único seguimiento de Jesucristo.
Esto puede aplicarse a nuestra Congregación de Hermanos del Sagrado Corazón, donde el Padre Andrés Coindre nos dejó a los hermanos sus principios y normas, compendiados en sus primeras Reglas, como lo abalan las citas entresacadas de las 20 cartas al Hno. Borgia.
Ahora bien, transcurridos casi dos cientos años de nuestra fundación, tal vez pueda decirse que no eran tanto una guía de espiritualidad cuanto un código de normas con contenido espiritual y evangélico. Así lo manifestaba recientemente el Hno. Jesús Ortigosa en la Presentación de la Carta VIII del Padre Andrés Coindre al Hermano Borgia. Una carta de las más hermosas que conservamos de nuestro fundador. En ella se manifiesta los sentimientos de su corazón, su espiritualidad, su santidad de vida… Y por otro lado el consejo de entonces es bastante real y significativo en estos momentos de incertidumbre y dolor al comunicar: la invitación a soportar con valentía y con gozo las pruebas, los ultrajes y los sufrimientos cuando nos vienen de la fe en Jesús y de nuestra buena conducta, y a responder a la maledicencia, los desprecios y la envidia con el respeto, la bondad y la caridad. Ante la prueba, Andrés Coindre reacciona con su fe luminosa y la fuerza de su carácter apasionado. Sus palabras: “si hablan mal de nosotros, no hablemos nunca mal de los demás; si nos desprecian, respetemos a todo el mundo; si nos tienen envidia, no tengamos envidia de nadie” revelan su grandeza de alma y sus elevadas miras en los momentos de prueba, sufrimiento o persecución.
Conviene también recordar que la autoridad eclesial intentó uniformar, en cierto modo, la diversidad de los institutos religiosos. La Congregación de Obispos y Regulares determinó que todos los textos constitucionales se sometieran a un mismo o parecido esquema en el que predominaba lo normativo y disciplinar. Y fue el Concilio Vaticano II el que recomendó vivamente a todos los institutos la recuperación de su espíritu primigenio la vuelta a sus orígenes junto con la adecuada adaptación a las cambiadas condiciones de los tiempos, teniendo en cuenta los siguientes criterios: Contener los principios evangélicos y teológicos acerca de la vida religiosa y de su inserción en la iglesia. Incluir el espíritu e intención de los fundadores y a las santas tradiciones. Normas jurídicas necesarias para definir con exactitud el carácter fin y medios del instituto y no podría redactarse un texto meramente jurídico ni solo espiritual o exhortativos tendría que abonar ambos elementos de manera armónica. Finalmente deberían incluirse en otros libros en los directorios y en los reglamentos o códigos aquellas otras normas adaptadas a la época actual a las condiciones y circunstancias de las personas.
Con estas directrices pontificias nuestro Instituto emprendió en los años siguientes la ardua y decisiva tarea de la renovación dando como resultado el alumbramiento de unos nuevos textos aprobados y que están sirviendo efectivamente para la formación el crecimiento espiritual y la animación apostólica de la familia corazonista en la iglesia. Y para conformarse a los Decretos del Concilio Vaticano II y a sus normas de aplicación, los Hermanos elaboraron durante el Capítulo general de 1982 un nuevo texto de Constituciones que la Santa Sede aprobó el 19 de marzo de 1984.
Posteriormente el Capítulo general de los Hermanos del Sagrado Corazón de los años 2000 y 2006 aprobó algunas modificaciones en la Regla de vida, con el propósito de integrar la enseñanza de la Exhortación apostólica post-sinodal del Papa Juan Pablo II (Vita consecrata, del 25 de marzo de 1996) y de adaptar las instituciones de gobierno a las necesidades actuales. Bueno será recordar que las Reglas son los artículos de fondo, de sentido. Las Constituciones son los artículos de aplicación, de concreción. Los artículos de Regla se encuentran al comienzo de cada capítulo y llevan un título, no así los artículos de las Constituciones que vienen a continuación.
El Superior general, en nombre del Capítulo general, presentó este texto al Dicasterio solicitando su aprobación. Y sin que obste en nada cualquier prescripción contraria, fue aprobado y dado en el Vaticano, el 7 de febrero de 2007 en el día del 80º aniversario de la aprobación definitiva de las primeras Constituciones por parte de la Santa Sede Franc Card. Rodé, C.M., Prefecto.
En el año de noviciado se fomenta favorecer el proceso de formación inicial en el conocimiento, experiencia y asimilación de Nuestra Regla de vida, a fin de descubrir que, si nos sometemos a una Regla común, solamente lo podemos hacer a causa de Cristo y del Evangelio. Por otro lado, a través del estudio de la Regla de Vida se invita a los hermanos novicios a reflexionar en el discernimiento de su proceso vocacional y en su progresiva identificación con el Instituto. Y para ello, el hermano novicio que cree tener y desea ser hermano debe confrontarse existencialmente con los elementos configurativos de esa vocación corazonista que contiene la Regla de Vida y donde ella ha de guiar esa confrontación y posibilitar su experiencia de comunión, pues se puede afirmar que contiene claramente un programa de vida, unos valores carismáticos y un camino evangélico autenticado por la Iglesia y que le llevará a la realización de un servicio misional eclesial, en el seguimiento de Cristo según la forma peculiar inspirada por el Espíritu Santo a anuestro fundador el Padre André Coindre.
Nuestra misión y espiritualidad están, de ahora en adelante, integradas en una comunidad fraterna, que se halla, a su vez, incorporada a la Iglesia. Tenemos como misión la evangelización y nos recuerda que nuestra tarea ante todo es espiritual: “Formar parte del Instituto hoy es creer en el amor de Dios, vivir de él y difundirlo; es en cuanto religiosos educadores, contribuir a la evangelización, principalmente por la educación de los jóvenes” (n° 13). Y desde aquí captamos las necesidades del mundo y damos una respuesta efectiva y evangélica.
Que en la fiel observancia de esta regla, siguiendo el ejemplo de nuestro Fundador el P. André Coindre y de nuestros primeros hermanos, continuemos propagando en la tierra el fuego del amor redentor cuya fuente es el Corazón de Jesús. Y para ello que mejor que: “Seguid de continuo el rumbo señalado por vuestro piloto experto, que es vuestra Regla de Vida. Así arribaréis, por el camino recto y sin el menor traspiés, al puerto de la bienaventurada eternidad” (Hno. Policarpo).
Es mi deseo que nuestro carisma corazonista nos lleve a todos a implicarnos en nuestra propia formación inicial y en el crecimiento personal en todas sus dimensiones (To be continued).
Hno. Eusebio Calvo