LA HUERFANITA
Entre mis alumnos de Inglés en aquel colegio privado de la costa peruana, Carol destacaba por su inocencia, rubicundez y aplicación. Al igual que casi todas las niñas de aquella escuela, daba un beso en la mejilla a todos sus profesores al entrar cada mañana por el portón del recinto educativo. Su mamá llegaba a menudo a visitarnos para interesarse por el progreso intelectual de su hijita mientras que el papá gestionaba su empresa agraria en la finca familiar.
Pero aquella villa costeña en la que pululaban inmigrantes chinos, japoneses y árabes estaba muy lejos de ser la ciudad paradisíaca que todos hemos soñado. En las montañas y en los páramos limítrofes se refugiaban los temibles y temidos guerrilleros de Sendero Luminoso, quienes habían amenazado en un escrito y en un video difundido ampliamente a todos aquellos que no comulgaran con sus ideas maoístas-leninistas.
El caso es que una mañana nos dieron el aviso de que habían baleado y asesinado al papá de Carol, supuestamente porque pagaba mezquinamente los salarios de sus obreros, quienes habían recurrido a los matones senderistas para arreglarle las cuentas. Consternados, los profesores de la hija acudimos aquella tarde al velorio del finado, que tuvo lugar en su domicilio. Allí se hallaban sus esposa, Carol y el resto de familiares. Y nunca podré olvidar las palabras que mi alumna dirigió al rígido cadáver de cuerpo presente : «Papi, tú siempre me avisabas y te despedías cuando te marchabas. ¿Por qué esta vez te has ido sin avisarme?».
Ciertamente, ni los que matan avisan ni los que mueren ejecutados están advertidos para el caso. Meses después de aquel asesinato, los mismos sicarios ultimaron a tres sacerdotes, dos polacos y un italiano. Sé que yo mismo estaba en la lista de los amenazados pero el destino me reservaba para contar esta dramática historia. Desde entonces he pensado : «¡Cuán impensadamente se engendran las criaturas y cuán arbitrariamente se decide el finiquito de los seres humanos!».