LA ÉTICA
Iba a titular este artículo “Lo Bueno”. O “La Bondad”. Pero en el último momento me ha dado un ataque de rebeldía y lo he titulado “La Ética”. Sí, desempolvar ciertas palabras, comprobar su deterioro en parte por el manoseo y en parte por el abandono; tratar de darles brillo y uso, me parece rebelde. Ética me parece una palabra apartada, con cada vez menos uso. No moribunda, pero sí herida. Rebajada por adjetivos propios de la posmodernidad.
Permíteme que no entre en pormenores de su distinción, o no, de la moral. De su dimensión más individual o colectiva, de su concepción más profana o trascendental. La ética es al bien, lo que la sensibilidad artística, el asombro y el arrebato es a la belleza; o lo que la sinceridad y el saber, es a la verdad.
¿Nos interesa el bien? ¿El propio, el próximo y el común? ¿Nos interesa o hemos renunciado a él? Tal vez hemos vendido el bien y la bondad por un “estar a gusto” y un “no es mi momento”; la belleza, por un “me gusta”; la verdad por “déjame tranquilo” y un “depende”.
La ética tiene siempre un referente, un marco. Este puede ser de orden religioso y trascendental: “Dios”; o uno humano, idealista y socializador: “Libertad, Igualdad, Fraternidad”; o uno más trivial: “Déjame en paz y vamos a molestarnos poco: yo no me meto en lo tuyo, déjame en lo mío”. El primero, el religioso, ya nos viene grande, por transcendente, porque no terminamos de entenderlo y es excesivamente exigente, nos religa demasiado y en estos tiempos nos parece desubicado.
El segundo se nos está haciendo pastoso, tiene un nivel de utopía e idealismo que le sitúan cerca del anterior aunque este pueda parecer más racional y humanístico. Además las palabras son muy gordas, exigentes e históricamente manchadas de sangre.
Lo tercero, lo de “todo depende del momento”, “lo de vamos a molestarnos poco” y “primero voy a mirar por mí” es más digerible y encaja perfectamente con el entorno idiotizado en el que vivimos. Siempre nos queda la expresión “esto es lo que hay, habrá que saber llevarlo, no hay otra”.
La ética no se lleva con una sociedad entretenida. Mi pareja es buena si me entretiene, y mi profesora… y mi clase de matemáticas sea “on line” o presencial. Al igualar lo bueno con lo entretenido, la ética sobra o hay que buscarle una versión más asumible, que no estropeé el momento.
Tampoco se lleva bien con la sociedad competitiva. Se compite para ser y sobre todo para parecer más. No se busca el bien, sino estar por encima del otro. No se convive, se compite. Se compite en la relación, se compite en la escuela, se compite en la calle, se compite en la familia, se compite en la imagen, en el ser y en el tener… es agotador, pero “es lo que hay”.
Y sobre todo, la ética no tiene cabida en una sociedad desvinculada. Entre el individuo y los lazos, hemos elegido lo primero; entre el yo y lo común, lo segundo puede esperar. Todo lo que tiene que ver con crear vinculación está devaluado: la religión (re-ligar), la obligación (ob-ligar) e incluso el ligar se ha adaptado a pasar un rato sin más y si compromiso.
Así las cosas, hemos hecho una readaptación de la ética. Desecharla del todo no parece conveniente. Con ponerla los adjetivos adecuados puede ser suficiente. Y así hemos llegado a la ética indolora. Esto no es mío, es del mismo autor que “La era del vacío”: Gilles Lipovetsky en su libro “El crepúsculo del deber. La ética indolora de los nuevos tiempos democráticos”. (Hay una versión resumida en un artículo de hace unos años de Daniel Innerarity que se titula así “La ética indolora: en busca de una moral sin inconvenientes”. Es fácil de encontrar en internet, el baúl del saber). Y es exactamente eso, buscar el bien propio y de los demás sin obligaciones, solidaridad sin compromiso y “caridad sin deber”. Vamos, lo que viene siendo, hacer el bien un rato, sin pasarse, o la bondad fragmentada para no parecer tonto. Todo lo que no sea llegar al ser, a la esencia y la entidad integradora. El ejemplo más común y desgarrador es pretender cambiar el mundo, ser bueno y solidario firmando las solicitudes en la web de change.org. La ética en un “clik”. ¿Para qué es necesario más si uno se siente tan agustito? Es lo que Byung-Chul Han llama “de la acción al tecleo”
Lo podíamos dejar así y repetirnos “esto es lo que hay”. Pero tenemos un problema (o asunto, si no quieres drama). La educación es un acto ético. La educación está transida de ética. Bondad, Verdad y Belleza tienen su casa en la escuela. Y si no es así, solo nos queda modificar la ley anterior, para modificarla después. Renunciar a estos referentes, renunciar a la ética más sagrada, es rendirse a vivir no como personas, ni como ciudadanos, sino como siervos del Boletín Oficial. Las decisiones, las orientaciones, las deciden los expertos, los técnicos que buscan el rendimiento, el resultado,… no el bien. No hay bondad, hay informe de resultados.
En el desvalijamiento de la educación, nos han convencido, prostituyendo el discurso personalista y humanista, que lo importante es que atendamos al individuo, que nos adaptemos a sus necesidades y evitemos que sea un inadaptado al nuevo mundo del mercado y la digitalización. Nos han vuelto a robar. En este caso la dimensión social, política y ética de la educación. Esto deja sin sentido toda educación, pero más si cabe la educación de los vulnerables, de los descartados… nos dejan sin presupuestos (también los económicos) y sin sentido.
No sé lo que ves tú. Yo veo tarea para hacer. Sigo prefiriendo la Bondad, la Verdad y la Belleza… y la misericordia y la compasión y el amor.
(Nota: Lo siento, no hay opción a dar al “me gusta” este artículo va por otros derroteros)
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