Jesús, antiguo alumno
Después de doce años en el colegio comencé mis estudios de medicina. Tuve que trabajar duro para sacar el curso adelante. Durante el verano me intenté resarcir de todo lo que había tenido que sufrir durante el curso. Fue un desmadre total.
A la vuelta de las vacaciones nos juntamos algunos antiguos del colegio. Todos fuimos contando nuestras experiencias veraniegas. Parecía como si fuera una competición para ver quién había realizado mayores barbaridades. Por eso todos quedamos sorprendidos cuando Santiago nos contó, con toda naturalidad, cómo había participado en una colonia de vacaciones para niños emigrantes o que tenían los padres en la cárcel, en la prostitución o con mil problemas.
Unos días más tarde me lo encontré de nuevo y hablamos más sobre el tema y me invitó a hacer la experiencia. Tenía mucho miedo, pero finalmente me decidí. Me dijo que había que prepararse durante el año y que tendría que participar en el grupo de acción social y cristiana que funcionaba en el colegio. Hace tiempo había dejado toda práctica religiosa y aquello fue un aprendizaje difícil. Pero el verano de Santiago era para mí un desafío y no quería sentirme un cobarde.
Llegó finalmente el verano. Yo estaba con unas ganas tremendas de aportar mi colaboración y mis conocimientos en la colonia de vacaciones.
Los comienzos fueron difíciles. No sabía cómo ayudarles. Me sentía rechazado. Por eso decidí dejarlo todo. Por otra parte la playa, con todas sus atracciones, me estaba esperando. En la reunión de la noche se lo comuniqué a los otros. Después de escucharme uno del grupo me dijo: «Eres libre de hacer lo que quieras, pero antes debes saber que no hemos venido aquí a salvar a nadie. No se trata de dar algo que ellos no tienen y nosotros sí. Se trata de compartir y de saber recibir toda la riqueza que ellos pueden aportarnos».
Me di cuenta de que me estaba portando como un tonto. Que sencillamente estaba pensando en mí mismo y en mi desafío de poder superar una prueba y que, en realidad, los niños me importaban poco. Intenté reaccionar. Me acerqué a los niños con mucha humildad y se me abrieron los ojos. Un mundo nuevo apareció ante mí. Descubrí que quizás era yo el que tenía que aprender y recibir ayudar, y eran ellos, esos chicos en una situación tan difícil, los que me ofrecían la salvación.
En la oración del último día leímos el texto de Jesús en la sinagoga de Nazaret : El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres… Sabía que esa palabras iban dirigidas también a mí y que el Señor contaba conmigo para hacerlas realidad. Hoy se cumple esta Escritura. Comenzaba para mí una nueva etapa de mi vida. Aquellos niños me la habían descubierto.