Infancia y juventud
Nací en una ciudad de Francia llamada Lyon el 26 de febrero de 1787, un año y medio antes de un acontecimiento que iba a cambiar la historia de la humanidad, la Revolución francesa. Fui el mayor de siete hermanos. Mis padres se llamaban Vicente y María. Mi padre era sastre pero con la revolución se quedó sin clientes y pasó a ser comerciante de sal. Cada vez éramos más pobres y tuvimos que cambiar varias veces domicilio.
Sufrí viendo cómo cuatro de mis hermanos morían prematuramente. Sentí en mi casa la “ausencia” de Dios y de todo símbolo religioso porque Jesús, el hombre sencillo que entregó su vida por la causa de todos, especialmente de los más humildes, fue considerado enemigo público número uno por los defensores de los “derechos humanos” y de los principios de libertad, igualdad y fraternidad. Conocí qué significa vivir la fe en la clandestinidad. Pero, al mismo tiempo, me sentí acogido con cariño en una familia: Pude asistir a una escuela en donde recibí una buena formación.
Cuando la fe fue saliendo de las “catacumbas” a la que la habían relegado, viendo la disminución de sacerdotes, ya sea porque habían sufrido el martirio (entre ellos el sacerdote que me había bautizado) o porque habían abandonado su sacerdocio a causa de la persecución, a la edad de 17 años tomé la decisión de entrar en el Seminario para ser sacerdote. Como en mi familia no teníamos dinero, tuvieron que concederme una beca para poder seguir los estudios. Ocho años después, el 14 de junio de 1812, fui ordenado sacerdote y me enviaron a trabajar a un pueblecito cercano a Lyon.