Gabriel, el jubilado (Juan 15,12-17)
Finalmente, un día me llegó la hora de la jubilación. Por una parte creo que estaba contento porque ya me sentía cansado y tenía bastantes problemas, aunque no lo quisiera reconocer, con los alumnos. Poco a poco me habían ido quitando la clase, y llegó el día en que el Director me anunció que el próximo curso no tendría ya clase: ¡yo que había pasado toda mi vida entre niños y adolescentes!, ¡yo que iba proclamando que la clase era mi «Tabor»! Mi primera reacción fue agresiva. Cuando el Director me ofreció algunos servicios que podría seguir prestando en el colegio le dije que si no servía para la clase, tampoco para otras cosas. Que ahora me iba a dedicar a pasear, a ver la televisión.
Y es lo que hice y también, tengo que reconocerlo, me dediqué a incordiar y a criticar. También encontré más momentos para rezar, para leer y fue allí donde el Señor me atrapó de nuevo. Un día leyendo la Regla de vida me encontré con estas palabras: «Los hermanos de mayor edad aportan una presencia hecha de respeto, de comprensión, de aliento». Entonces comprendí que me estaba comportando como un tonto y como un niño caprichoso y, que sobre todo, aún tenía algo que aportar.
Volví al despacho del Director, hablamos, le mostré mi disponibilidad… y empezó para mí una nueva vida. Algún rato en la portería, colaboración con el equipo de pastoral para la preparación de la primera comunión y hasta algunas clases de recuperación para los alumnos atrasados. Y en vez de criticar me dedico a escuchar, a hacerme presente en los patios, en la sala de profesores, en la sala de comunidad. Hasta participo en todas las reuniones de profesores, ¡cosa que no hacía cuando estaba en activo!
Y luego tanto tiempo para rezar. Me gusta, cuando todos empiezan sus clases, ir a la capilla y hablar al Señor de todos ellos: los profesores, los alumnos, los empleados del colegio, los padres… Le pido que me ayude a escuchar y a ser agente de unidad. Le doy gracias porque me ha hecho descubrir un sentido para mi ancianidad: ser presencia gratuita de su Corazón en medio de mi comunidad religiosa y educativa. Me siento verdaderamente un discípulo amado y capaz de amar.