Las orientaciones de nuestra propia congregación en el segundo desafío del 36° capítulo general, demandan: “Una formación inicial y permanente adaptada” que apoyándose en el artículo 170 de nuestra Regla de Vida, Llamada al crecimiento manifiesta: “Dios, que ha confiado a cada uno de nosotros el don particular de la vocación religiosa, nos invita a hacerlo fructificar durante toda la vida”. Esta gracia personal compromete todo nuestro ser, llamado como Jesús a crecer “en edad, sabiduría y gracia” (Lc 2, 52), en el amor a Dios y a los hombres (36|° Capítulo General, pág. 29).
Queremos y deseamos ante el cercano Bicentenario de la Congregación proseguir aquí y ahora, el carisma de nuestro Fundador, el P. Andrés Coindre, donde nos proponía: “Fuego he venido a traer a la tierra ¿Y qué quiero sino que arda?” Sus escritos, nos invitan a proseguir su sueño, a vivir los valores específicos de la vida cristiana, comprometiéndonos de manera estable a servir a la Iglesia y a la sociedad. Y para ello, necesitamos Formación.
Y ¿a qué nos invita su sueño? A poner en práctica un proceso de discernimiento personal y comunitario para buscar la voluntad de Dios y la autenticidad de la vocación en todas las etapas de la formación inicial. Para ello bueno será: Acompañar al joven en formación, así como a su comunidad; procurar el seguimiento y la evaluación del proceso de formación, manteniendo transparencia y confidencialidad y promover el crecimiento humano, espiritual y apostólico de la persona según el carisma del Instituto, con el fin de conducir al formando a la identificación e intimidad con Cristo.
Formación, a mi entender, exigencia a la que un hermano novicio debe desarrollar e incrementar en su etapa de noviciado. Palabras como: es el año del noviciado, es la hora del Corazón y del fervor novicio… rezuman certeza, credibilidad, esfuerzo y compromiso. Ahora bien, no han de estar solos, necesitan de la comunidad, lugar privilegiado donde pueda cristalizar la formación y la comunión a fin de construir y potenciar la cultura del encuentro, el diálogo, la fraternidad y la misión.
Estamos en la pandemia del covid 19 y conviene recordar que “La vida, por sí misma, es una buena experiencia, la experiencia es la única enfermedad que no se contagia” escribió el escritor español Enrique Jardiel Poncela. No es menos esta otra afirmación: “Puedes ser solamente una persona para el mundo pero, para una persona tú eres el mundo” (Gabriel García Márquez). Y por eso de ser una comunidad intercultural “Nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo; los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo” (Paolo Freire). Finalmente, alguien dijo que: “No hay más que una educación y es el ejemplo”. No olvides, que el ejemplo educa. Y por si acaso, recuerda este tradicional dicho: ‘Res, non verba’ (‘Hechos, no palabras’).
Estas motivaciones, invitarán, sin duda alguna a los hermanos novicios, escolásticos y jóvenes temporales en misión, a volver a lo esencial, que se juega en el corazón humano; ámbito personal e íntimo donde se fraguan las grandes decisiones. Lugar al que debemos prestar atención y cuidado. Hoy, más que nunca, es la hora del corazón que nos compromete a seguir promoviendo una cultura de la interioridad, a cultivar nuestra vida interior y la de nuestros hermanos que convivirán con nosotros y con tantas otras personas con las que nos relacionaremos a lo largo de la vida.
Seguro, que en este tiempo de confinamiento dispondrás de tiempo para pensar, sentir, meditar, contemplar, escuchar, preguntar, soñar, sorprenderte, hacer silencio, rezar y ¡Hasta de enseñar y comunicar lo vivido! Y también dispondrás de la ocasión de volver al Corazón de Jesús en el que ya has sido iniciado. Propuesta espiritual que no se queda en una interioridad autorreferencial de crecimiento personal. Es una interioridad abierta a la relación interpersonal y a la dimensión transcendente. Tu Yo, tal vez despistado se ha dirigido hacia tu yo lúcido y lo has convertido en un yo iluminado. Y mira por donde, este yo iluminado tiene para nosotros un icono: el Corazón de Jesús.
Y es ahí, donde el hermano corazonista, desde su interioridad, se abre a esta relación con el Maestro, en cuya escuela aprende las virtudes de su corazón: la compasión, la confianza, la humildad, el esfuerzo, la cordialidad y la relación con el Padre. Pero cuando decidimos vivir sin corazón renunciamos a lo que somos, nuestra esencia. Vivir desde el corazón, es no sentir a nadie ajeno. Es ir más allá de lo que ve. Es mirar cada latido, cada gesto, cada encuentro. Es ser conscientes de que no existe un momento, una hora. Que la hora del corazón es a cada momento, a cada latido. Es por todo ello que necesitamos hoy más que nunca, dedicar un tiempo de formación, reflexión, aprendizaje y esperanza activa ante esta pandemia que tanto nos ocupa y preocupa.
Ojalá que sepamos ser aprendices de la vida en esta pandemia y nos ayude a sensibilizarnos y a formarnos en expresar cercanía y deseo de acogida, al dolor, de tantas personas que en nuestros países y en el mundo entero sufren pérdidas humanas, soledad o no tienen casa donde refugiarse, ni comida, abrigo, ni cariño. Bien podríamos decir que tenemos el corazón partido. Por un lado, un profundo dolor que nos conmueve las entrañas y nos gustaría ayudar a pesar del “yo me quedo en casa” y el otro sentimiento que brota es la gratitud inmensa a tantos miles de personas que en todo el mundo están arriesgando sus vidas por salvar a otras, ayudando, protegiendo, aliviando, cooperando… ¿A quién no emociona la ola de solidaridad que cada día se despliega por todas partes, expresando lo mejor del ser humano, lo que de verdad nos humaniza?
Ante esta situación quisiera expresar un deseo: que esta profunda y larga noche oscura y de sufrimiento, se convierta en un rayo de esperanza. Una esperanza activa que movilice los resortes más valiosos de nuestro ser y nos animemos a compartir vida, a ser presencia cercana y a sentirnos desde ya: “Familia Corazonista”. Recemos, para que todos podamos percibir, ver y sentir en estas palabras nuestro mayor aprecio por tantos esfuerzos, tantos dones mostrados, tanta corresponsabilidad manifestada y asumida en tantos y tantos gestos… “callados, escondidos, anónimos” del profesorado de todos nuestros colegios de todo el Instituto: ¡Merci, Thank you, Obrigado, Grazie, Gracias!
Es cierto que no podemos cambiar el mundo, ni quitar todo el dolor de la tierra, ni tener ya resueltos todos nuestros problemas, pero podemos, a cada minuto, mirar con ojos de amor a cada cosa. Solo así sentiremos el fuego en nuestro propio corazón. Fuego devorador por el que tanto luchó a lo largo de su vida el P. Andrés Coindre en sus recomendaciones: “Valor y Confianza” y “No ahorres ningún esfuerzo”. Hoy, exhortación, para todos nosotros, cuyo camino coincide con la senda migratoria que él mismo abrió hace 199 años. Sólo así, seremos capaces de formarnos para la vida y estar conectados con el ¡CORAZÓN! (To be continue)
Hno. Eusebio Calvo