Los aprendizajes formativos, no vienen porque sí, ni caen simplemente del cielo. Toda persona debe esforzarse en su formación, para aprender y darse cuenta de la necesidad de buscar nuevos aprendizajes en su diario caminar, ya que todo tiene su pedagogía y su tiempo.
Si la comunidad del noviciado está en Lima se debe al llamado de Dios y a la respuesta personal de cada uno de los miembros de la comunidad venidos de distintos lugares. Sí, distintos, pero no en dignidad y derechos.
La comunidad tiene claro que somos, don gratuito de Dios, y es en ella donde tendremos que habituarnos a vivir en gratuidad y no del merecimiento. Por eso, Dios también sale a caminar y a buscar a la gente, para integrarla ya, a una experiencia definitiva en el Reino de Dios aquí en la tierra. Esto es posible si vivimos, observamos y contemplamos lo generoso, lo misericordioso, lo gratuito, que es el Dios que nos ha convocado. Así lo expresa nuestra Regla de Vida en pocas palabras, ‘amor a los hermanos’: “Cultivamos con tanto esmero el espíritu de familia que cada uno se siente amado por lo que es” (Art. 15). Sólo así, la comunidad será en el mundo signo de la gratuidad de Dios.
Anhelamos el carácter especial de la propia comunidad a través de estructuras flexibles y donde cada hermano asume en el diario vivir la misión encomendada por obediencia (equipo formador) o decisión libre de los hermanos novicios al solicitar vivir el año de noviciado en la comunidad intercultural de Lima.
¿Dificultades? Por supuesto que existen. Dos idiomas, portugués y español, requieren tiempo y paciencia, por parte de unos y otros. Sin prisas, pero como reza un dicho en francés: peu à peu, l’arme á l’arme, coeur. coeur (poco a poco, lágrima a lágrima, corazón a corazón). Solo así, el proceso de comunicación e interacción entre personas con identidades culturales específicas, permiten que las ideas y acciones de cada hermano o grupo cultural no esté por encima del otro, a fin de favorecer, en todo momento, el diálogo, la concertación, la sencillez, la acogida y la fraternidad tal como demanda nuestra Regla de Vida en el inicio del artículo quince, arriba mencionado.
Somos conscientes que Jesús irrumpe en nuestro camino, nos abre la mente y el corazón. En el llamado de Mateo, Dios aparece en la figura de un contratista que busca gente para trabajar, Dios aparece como Aquel que sale, no un Dios que está encerrado en sí mismo, sino un Dios abierto que se comunica, suscita la relación con la gente, la busca en sus situaciones concretas. Y poco le importa que sea un recaudador de impuestos.
En este camino de formación también, la pandemia del coronavirus, nos ha exigido un tiempo para la esperanza activa y hemos reconocido que hemos sido unos privilegiados ante tanto dolor innombrable por su hondura y magnitud. Prosiguen las personas que en nuestro querido Perú y en el resto del mundo que, en estos momentos, sufren pérdidas, duelos sin haber sido acompañados, soledad y desfondamiento de tantas otras que no tienen casa donde refugiarse, qué comer, abrigo, afectos, soledfad…
El covid19 nos ha hecho recordar las palabras del poeta: “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Palabras, que han desembocado en un aprendizaje, una oportunidad para resolver las situaciones límites que en ocasiones vivimos, dejando de lado los intereses, y todo aquello que nos separa del hermano: quizás nos demoramos demasiado en resolver las cosas porque siempre estamos pensando en cuánto cuesta o qué ventaja puedo sacar. Igualmente, hemos experimentado que el Señor está trabajando en lo escondido, que nuestros caminos no son sus caminos, pero en el fondo estamos convencidos que, es Él, quien va haciendo su camino en nosotros.
En su día asumimos el “Yo trabajo desde casa” a fin de seguir nuestras clases de Confer a través de la plataforma digital tratando de convivir, con el proceso de inmersión, entre la gente del lugar y en su cultura propia y el contacto con la iglesia local y grupos afines. Como comunidad religiosa hemos orado a diario por los enfermos, (en ocasiones muy cercanos a los hermanos) y por tantos otros que, con su solidaridad y generosidad desbordante, día a día y sin descanso, han sido y son auténticos samaritanos. Igualmente hemos tratado de ayudar, en la medida de lo posible, a todos aquellos que han llamado a nuestra puerta.
Respetando el ritmo de cada uno, hemos sido capaces de ir adentrándonos progresivamente en la actitud espiritual fundamental de seguidores y discípulos del Padre Andrés Coindre y en las exigencias espirituales y apostólicas del Instituto: entrega a Dios para un servicio comunitario de evangelización y educación, abierta en favor de los más necesitados.
En el aprendizaje, es de valientes reconocer los errores, pues no todo es fácil, ni todo es orégano y los momentos de tensión no se esconden. Se puede afirmar que en la vida comunitaria, cada cual se ha esforzado en conocer y aceptar la valoración de las personas con las que convive y cada hermano ha sabido compartir las responsabilidades comunes, presentar su mejor disponibilidad y talento a fin de “favorecer la estima mutua y la armonía de las relaciones” (RdV 25), valorando como persona, como hermano, sus cualidades y carencias; presencia física, corresponsabilidad: “estar estando”. Ahora bien, sin olvidar, eso sí, la tranquilidad y paciencia a fin de descubrir la dignidad de la diferencia pues lo más importante es que todos vivamos una experiencia de comunidad, como hermanos. Todos tenemos el corazón en el lado izquierdo, ¿no es así? Pero ¿dónde descubrimos al de tu hermano?
Bueno será admitir que también se aprende de los errores; ya que aprender de los errores es hacer de los mismos una lección. Y como señala Anthony de Mello: “Aquellos que no cometen equivocaciones están cometiendo la mayor de todas: no intentar nada nuevo”. Sólo así podremos entender las tres preguntas que Jesús hizo a Pedro. Por tercera vez le preguntó: – Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?… “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero (Jn 21, 15-17).
Es la pregunta única y decisiva antes de encomendar la misión. El Señor nos pide como condición para encargarnos la misión que le queramos a Él. Incluso le vale ese amor limitado y humano que significa el filéo de la tercera pregunta frente al agapáo de las dos primeras que expresa un amor sin fisuras y sin límite.
Y para concluir, y entender el aprendizaje, no tengamos miedo en decirle a Jesús: “Señor tú, lo sabes todo, tú sabes que te quiero”. El Señor conoce toda nuestra historia: la historia de nuestro amor y la historia de nuestras debilidades. Es algo así como decir: “tú sabes que te quiero y tú sabes que te niego”, “tú sabes que te niego pero también sabes que te amo”. Él lo sabe todo de nosotros. No tengamos miedo, también nos va a cuidar a nosotros para que no hagamos daño a quienes Él nos confía (To Be continue)
Hno. Eusebio Calvo