Sin rodeos, directo al grano: la educación necesita más fidelidad que innovación. Lo contrario me suena fatal: “la educación necesita más innovación que fidelidad”. Sinceramente esta segunda afirmación me suena con poca fuerza, no me da ni para dos párrafos y está más cerca de lo que se dice de forma repetitiva en la actualidad.
Y que conste que no es necesario enfrentarlas y que no son contrapuestas. Lo hago para reflexionar, para ahondar un poco, y como en otras ocasiones acercarme a lo que me parece sustancial. Además la innovación tiene mucha prensa, la fidelidad mucho olvido.
De entre las grandes fuerzas que mueven el mundo y nuestros actos están el miedo y el vértigo. Este último tal vez pueda considerarse una versión del anterior aplicado a circunstancias particulares. Pero me permito ponerlos por separado. En una ocasión un alumno me confesaba que yo le provocaba miedo, y ante mí actuaba por miedo. Me permití decirle que no me parecía mala motivación si no tenía otra. Que fuera madurando a ver si encontraba motivaciones mejores para hacer las cosas, pero que mientras tanto siguiera con el miedo, antes de quedarse sin ninguna. El miedo ya tiene mucho discurso, no voy a seguir por aquí.
Me interesa el vértigo. Y de todos uno en particular. El vértigo a parecer viejuno, anticuado, fuera de época. Esto nos hace usar palabras, para tirarlas y cambiarlas por otras con apariencia de actualidad y si no las encontramos, siempre nos dejan prestada una en inglés. Del mismo modo nos lleva a formarnos, reformarnos hasta volver a uniformarnos. Todo menos perder el paso, o al menos parecerlo. Es preferible el cambio y la velocidad a la profundidad.
Y esto está alimentado. Cambiar de ideas, de objetos, de palabras, de métodos, de indumentaria, de relaciones, de todo… produce una circulación de la economía, una sensación de vitalidad y un vértigo. Nos sentimos más vivos, más activados, más actualizados. El continuo cambio, aunque no se sepa para qué ni hacia dónde nos lleva, es algo propio de esta época sin nombre y de esta economía de fagocitación. A nivel económico es un aspecto común en la economía de derechas y de izquierdas.
La fidelidad nos puede traer ecos de otros lares. Y repito, no se contradice con el cambio y la innovación, aunque pueda requerir ciertos equilibrios. Y la verdad, en estos momentos me suena más provocativa que la otra palabra. Y la provocación puede traer renovación, o cabreo. Que cada uno elija.
Y me voy a referir a tres fidelidades. La primera es la fidelidad a la educación, pero a la educación a lo grande. A la idea de educación con toda su profundidad y anchura. Fidelidad a la idea y los principios de la educación. Con ese ideal de educación más plenificador para la persona y para la sociedad. Con ese sacar lo mejor de cada persona y construirnos como personas. Esa educación que nos hace artesanos de lo más sagrado de los seres, que nos hace tocar lo más íntimo y lo más común de cada persona. Ese sueño de educación que nos ha generado ilusión, pasión y trascendencia.
Una segunda fidelidad es a nuestros alumnos y alumnas. Trabajamos con personas que se están haciendo. No podemos ponernos a su servicio a medias y de forma mediocre. Podemos ser transcendentes para ellos. Podemos llegarles a lo más personal para bien o para mal… y por justicia y fidelidad debemos procurar que sea para bien. La sociedad nos encomienda la tarea delicada y decisiva de la educación. Nuestra mirada hacia la persona de nuestros educandos debe ser limpia, positiva, grande y engrandecedora, completa y trascendente. No podemos mirar ni tratar a nuestro alumnado de forma fragmentada, parcial. Me parece terrible el olvido que se hace en el sistema educativo de aspectos tan decisivos de la persona como la espiritualidad.
Y creo que debemos ser fieles a nosotros mismos, a lo que nos prometimos, a nuestro camino y nuestra vocación. Somos educadores, no mercenarios. Estamos al servicio de las personas y de la sociedad, no del Boletín Oficial del Estado. Hemos tenidos sueños, aspiraciones, y es más interesante ser fieles a estos legítimos sueños de realización que ir continuamente de rebajas hasta llegar a ser tristemente rastreros, mediocres y serviles. Nadie puedo quitarnos nuestros sueños y debemos regarlos, cuidarlos, hacerlos crecer, ser fieles.
Y estas fidelidades necesitan corazón, frescura e innovación.
Jesús Gallego Herranz