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ESTÁS
.
Es la tierra, Señor, tu ser querido
y su entraña es tu casa.
Tú eres el dueño que planta su morada
en cada rama
del árbol genealógico del mundo.
Estás en todas partes:
en los labios del agua que besan los trigales,
en la hierba que peina la montaña
en las aves que alegran la campiña
y en el supremo silencio de la muerte.
Es el hombre, Señor, tu ser amado
y su cuerpo tu casa.
Tú eres el dueño que te escondes
en cada corazón, en cada poro.
Te encuentras en sus ojos
-pretil del pensamiento-,
en sus febriles manos,
en su voz de poeta,
en la cruz de sus tumbas.
¡Qué yo sepa, Señor, reconocerte
en cada hombre, en cada ser,
en cada piedra!
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