El siervo sin entrañas
Mateo 18, 23-35
Fue cuestión de mala suerte. Arriesgué y no sólo perdí todo sino que me quede endeudado hasta las narices. Pero como la fortuna acompaña a los valientes como yo, me ocurrió algo increíble. Fui a ver a mi acreedor para intentar ganar algo de tiempo. En cuanto le vi comprendí que podía tocar la tecla de la compasión, se le veía tan buena persona. Espécimen raro en este mundo de los negocios. Le empecé a hablar de mi mujer y de mis hijos. ¡Y la cosa resultó! En un momento dado, me di cuenta que unas lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro. ¡Pobre sentimental! Y no sólo me concedió un plazo para pagarle la deuda sino que me la perdonó. ¡Increíble, pero cierto! ¡Hay que estar un poco loco o ser bastante tonto!
Cuando salí comencé a ver la manera de rehacer de nuevo mi fortuna. Gracias a Dios yo también tenía mis deudores. Gente muy sencilla que me debían pequeñas cantidades, pero por algo había que empezar. No les perdoné ni un centavo. Es verdad que algunos se quedaron sin lo poco que tenían, pero en este mundo de los negocios no se puede andar con sentimentalismos. Sólo los fuertes y los duros triunfan en la vida.
Me acaban de decir que mi antiguo acreedor quiere verme. No sé cómo le irá, porque con sus métodos fácilmente se habrá quedado sin dinero. ¡Quizás necesite un préstamo! Tal vez me quiera pedir consejo sobre cómo triunfar en la vida. Le voy a dar unas buenas orientaciones. Después de todo hay que ser agradecido.