El Real Sitio
Era el 24 de julio de 1964. Estaba encargado del campamento en Pozuelo cuando se presenta el Administrador provincial y me pide que le acompañe a hacer unas gestiones; pasamos Navacerrada y al bajar entramos en la finca “Santa Cecilia”, a un km. escaso del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, propiedad del Conde de San Jorge. En medio de la finca había una casa señorial suficientemente grande para albergar, después de hacer algunas obras, una cincuentena de seminaristas. Nos esperaba un señor para firmar un contrato de alquiler por cien mil pesetas anuales.
Aunque era un mero acompañante y no pintaba gran cosa en la reunión entre el posible heredero del Conde de San Jorge y el Hno. Administrador provincial, quizás para que me encariñase con la finca “Santa Cecilia”, me invitaron a firmar también; si se conservan los papeles del primer alquiler allí estará estampado mi nombre.
Se había determinado que para fines de septiembre se abriría el nuevo seminario con los seminaristas de 3º y 4º de bachiller que estaban en Rentería; no recuerdo el número exacto pero serían unos cincuenta. A fines de agosto me llevó el hermano Administrador provincial a tomar posesión, por decirlo de alguna manera, de la finca y del palacete. La casa se conservaba en buenas condiciones, el entorno era muy bonito, pero como es natural no estaba preparada para los nuevos inquilinos.
No disponía de mucho tiempo, más o menos un mes, hasta que los Hermanos y los seminaristas recibieran una buena acogida; las salas de la casa eran amplias, “palaciegas”, no hacían falta muchos trabajos de albañilería pero se necesitaban camas, mesas de clase, luces, bancos para la Capilla, mesas para el comedor, aseos suficientes, duchas, habitaciones para los Hermanos, cocina con todos los utensilios necesarios, lavadora, etc.
Entonces me di cuenta que la tarea fundacional es bastante complicada; me puse la medalla de “fundador” con muchos quebraderos de cabeza y poca gloria. La casa tenía varios inconvenientes que había que solucionar: no había agua corriente (se traía el agua, mediante una bomba), ni por supuesto agua caliente, la conducción de la luz era muy deficiente, venía de un transformador que distaba muchos metros de la casa y fallaba muy a menudo; la cocina era muy pequeña de tipo familiar (se llamaban cocinas económicas, de carbón), no había lavadora ni lavadero, ni personal contratado para hacerse cargo de la cocina, de la ropa, no había duchas ni aseos suficientes, tampoco capellán, fundamental para un seminario y una comunidad religiosa; en las grandes salas que iban a convertirse en dormitorios, clases, Capilla colgaban cuatro bombillas que daban una luz bastante mortecina dado el tamaño de las salas.
Estábamos a fines de agosto y, si no recuerdo mal, el 25 de septiembre llegaría la cincuentena de seminaristas de Rentería con sus profesores; en un mes tenía que estar todo preparado. Además, sin disponer ni de una peseta porque dependía para todo del Administrador provincial que de vez en cuando se daba una vuelta para ver cómo iban los trabajos e infundir muchos ánimos. Entonces no se tenía presente el slogan del Padre Coindre “Ánimo y confianza”: no ahorres ningún esfuerzo… pero lo aplicaba muy bien. La comunicación era difícil porque tampoco había teléfono. No me explico cómo lo pude hacer pero lo hice; supongo que con la ayuda del Sagrado Corazón que me echó más de una mano sin yo pedírselo porque no empleaba mucho tiempo en oraciones ni en conversaciones íntimas con Él; había que pensar, programar, encargar, hacer, trabajar, pedir, comprar…
Los comercios del pueblo de La Granja no estaban preparados para pedidos elevados por eso había que hacer las compras en Segovia que estaba a unos diez kms. Cambié la idea que tenía de haber elegido yo al Señor, aunque los motivos no fueran muy teológicos, por la idea evangélica “soy Yo quien te he elegido”. A través de los “superiores” me habían responsabilizado de poner en marcha una nueva casa de formación para aspirantes que un día llegarían a ser Hermanos. Cuando llegaron los nuevos “inquilinos” el día señalado pudieron cenar, dormir, lavarse al día siguiente, asistir a la Eucaristía, desayunar, comer…Cuanto más lo pienso menos me explico cómo pude salir adelante sin mayores contratiempos.
Al año siguiente no sé si para recompensarme con alguna “medalla”, aunque no se me pasó esa idea por la cabeza, me nombraron Director, tenía 28 años; todavía no existía en nuestro vocabulario la palabra Superior. Ese año y los dos siguientes que estuve de Director fueron una entrega total, absoluta, material y espiritual, a los seminaristas, a los Hermanos. Quizás me fié demasiado en mis energías e ilusiones de joven y la tarea que se me había encomendado, mantener o despertar las vocaciones de los aspirantes y de los Hermanos, examinando a casi sesenta años vista con la visión y las ideas actuales, pienso que no tuvo demasiado éxito.
A los seminaristas de 4º de bachiller que empezaban el noviciado cuando acabase el curso ni se les llamaba “postulantes” (que “piden” y se preparan para el noviciado), ni creo que ellos tampoco lo sabían. ¿Qué preparación tenían para seguir su posible vocación y comenzar su vida religiosa a los quince años en plena adolescencia?. En la vida del seminario se tenía la oración de la mañana con una corta reflexión, la Eucaristía diaria, el sacramento del perdón semanal, el rosario diario, la oración de la noche; se procuraba moldearles en los valores humanos, cristianos; seguían con seriedad el 4º curso de bachiller; no iban de vacaciones por Navidad, volvían a sus casas solamente en verano, unas tres semanas, para apartarles del ambiente mundano.
Se pensaba que desde el momento que entraban de pequeños a los 10/11 años pertenecían a la Congregación y se les manejaba y formaba sin consultar con sus padres. La sociedad, y más en los pueblos pequeños, vivía una vida cristiana bastante comprometida: los padres entregaban sus hijos a Dios para que un día profesaran sus votos religiosos. Ahora se puede considerar como una barbaridad, una aberración; pero entonces era así y no solo en nuestros seminarios; se obraba de la misma manera en las demás instituciones religiosas. En los años 50 mi vida había pasado por esas etapas; unos doce años después, en los años 60, apenas habían evolucionado las costumbres, seguía todo más o menos igual.
Mi primer año de Director fue bastante tranquilo; había tiempo, aunque no dinero, para ir arreglando las posibles deficiencias y mejorando el funcionamiento de la finca y del palacete. En cierto momento no quedaba en caja más que 50 ptas. y decidí, previa consulta a la Comunidad, jugarlas a la lotería. Tocó un premio de 2.500 ptas., casi una fortuna dados los “números” que manejábamos; vistos el éxito y la suerte jugué una vez más pero los premios se fueron a otro lado; felizmente no me vicié y se acabó la lotería. Desde entonces no me ha tocado ni un solitario caramelo.
En todos nuestros Colegios, y también en nuestros Seminarios estaba (y está) presente la estatua del Sagrado Corazón; no podíamos ser menos. En mis visitas al colegio de Claudio Coello en Madrid había visto que tenían guardada una estatua del Sagrado Corazón, tamaño natural, procedente del colegio de Tolosa cuando se cerró. El Hno. Director no tuvo inconveniente en cedérmela. En una ventana que daba a la parte más espaciosa de finca, frente al “olmo” centenario que figuraba en algunos anales de Botánica de Segovia entronicé, aunque sin ceremonia oficial, el Sagrado Corazón y desde entonces presidía nuestros juegos y bendecía nuestras vidas. Creo que al acabar nuestra estancia en La Granja se llevó a Arévalo y ya no he seguido sus pasos. Sí que puedo afirmar que hace algunos años los antiguos alumnos de Tolosa se interesaron por la citada estatua.
A principios de curso nos autorizaron la colocación de un aparato de T.V. Había que solicitar ese permiso al Consejo Provincial; los largos inviernos y el aislamiento absoluto de la casa nos habían incitado a pedirlo. Los seminaristas supieron agradecerlo y aprovecharon para distraerse un poco especialmente los sábados y en vacaciones. Recuerdo que pudimos seguir el mundial de fútbol de 1966 y la primera final de la copa Davis en la que participó España.
En el mes de febrero hacía su aparición por primera vez la revista ATALAYA. En sus líneas llevaba el saludo, las ilusiones, los chistes, los versos, las anécdotas, crónicas de partidos de fútbol, y el calor de la juventud que escribía en sus cuartillas. No sé si cuando dejé La Granja siguieron con esta publicación.
Durante los meses de mayo y junio venían a visitarnos los alumnos del Colegio de Madrid, y en alguna ocasión se llegaron también los de Rentería, en plan de excursión por Segovia y los alrededores. Por la tarde solían medir sus fuerzas en partidos de fútbol y balonmano. Los seminaristas los aguardaban con ilusión porque siempre salían ganadores. Seguro que influía el factor campo y los desplazamientos. Como recompensa nos dejaban el balón que se estrenaba para esa ocasión
Al llegar el verano volvieron otra vez los proyectos y las obras. Las vocaciones experimentaron un auge espectacular y todos nos felicitábamos por ello; no había tiempo ni ganas para indagar sobre las posibles causas de semejante auge vocacional. En el seminario de Zaragoza, lo mismo que en el de Rentería, los aspirantes llegaban casi al centenar; cursaban solamente 1º y 2º de bachiller. Me tocó preparar el seminario de La Granja para que vinieran a cursar 3º y 4º de bachiller, incluso algunos de 5º que por ser jóvenes no habían podido comenzar el noviciado. Los aspirantes llegarían a los ciento veinticinco.