El nombre de la congregación. Una cuestión no menor
–Hermano Xavier, tengo que hablarle de un asunto muy serio –dijo el Hermano Policarpo con sencillez, sin que su rostro pudiera ocultar una nube de preocupación–. Le parece que vayamos a mi despacho.
Los dos hombres enfilaron el largo pasillo junto a la capilla de Paradis para dirigirse al pequeño despacho del Superior General. Se sentaron uno frente al otro, en una mesa de roble bien trabajado, único objeto de cierta prestancia en un entorno sencillo y despoblado.
–Me ha escrito el rector de la Universidad de Lyon por encargo del ministro –comenzó la conversación el Hermano Policarpo.
El Hermano Xavier se removió en su asiento. Sabía de qué se trataba. Él mismo había escrito hace algunos meses una carta muy formal al ministro para solicitar el reconocimiento oficial del gobierno a la congregación de Hermanos del Sagrado Corazón.
–Supongo que será para hablar de mi carta –dijo con estoicismo el Hermano Xavier.
–Efectivamente –respondió el Hermano Policarpo–. Me dice el rector que un tal Guillermo Arnaud, usted, haciéndose pasar por superior general, ha pedido el reconocimiento de la congregación de Hermanos del Sagrado Corazón.
–No me he hecho pasar por superior general –se afirmó al menos en parte el Hermano Xavier–. Solo he dicho que era el superior, y no he mentido porque soy el superior de nuestra casa de Lyon.
–Está bien, eso no es lo importante –dijo con sencillez el Hermano Policarpo–. Lo importante es que usted ha pedido nuestro reconocimiento gubernamental cuando ya llevamos varios años reconocidos en toda Francia.
–Sí, pero como Hermanos de la Instrucción Cristiana. Y nosotros somos los Hermanos del Sagrado Corazón –afirmó impaciente el Hermano Xavier–. Todo el mundo nos conoce así. Los alumnos nos llaman de esta manera. Los padres de los alumnos también. Hasta en las puertas de nuestros colegios pone “Hermanos del Sagrado Corazón”. Usted, nuestro superior general, parece ser el único que persiste en llamarnos por un nombre que no es el nuestro.
El Hermano Policarpo recibió el golpe con una sonrisa, pero las arrugas que rodeaban sus ojos y las comisuras de los labios parecieron hacerse de repente un poco más profundas.
–Lleva usted razón en el fondo y en la forma, Hermano Xavier. Sigo usando el nombre de Hermanos de la Instrucción Cristiana en todos nuestros documentos. No por convencimiento, sino por temor a la crisis que usted acaba de desatar. Si nuestras explicaciones al ministro no son lo suficientemente convincentes amenazan con retirarnos la autorización, y usted sabe que eso significaría la muerte de nuestro amado instituto.
El Hermano Xavier quedó en silencio. Las palabras del Hermano Policarpo acababan de revelarle la gravedad de la situación. Se dio cuenta de pronto de que podría ser el culpable de poner a la congregación al borde del precipicio. Él, que la había salvado tantas veces de la quiebra, estaba a punto de ser causa de su desaparición por una iniciativa apresurada y torpe.
El superior general se dio cuenta de la tormenta que se acababa de desatar en el espíritu del Hermano Xavier.
–Comprendo su disgusto –dijo con bondad el Hermano Policarpo–. Sé el amor que tiene a nuestra congregación y la devoción que sentía por nuestro amado fundador. Soy consciente del dolor que le causa que hayamos renunciado al nombre que él nos dio.
–Siento mucho lo ocurrido, reverendo Hermano –dijo el Hermano Xavier–. Creo que he cometido una estupidez. No sé si puedo hacer algo para reparar el daño que he hecho.
–Vamos a hacer lo siguiente. Yo voy a escribir al ministro diciéndole que lo que usted ha hecho es… una estupidez, si me permite apropiarme de sus propias palabras –dijo el Hermano Policarpo con una sonrisa cómplice.
El Hermano Xavier asentía con la cabeza baja a las palabras del superior general. El peso de la responsabilidad parecía haber hecho mella en su carácter siempre expansivo. Por eso sufrió un pequeño sobresalto cuando el Hermano Policarpo siguió hablando.
–Sin embargo, tengo un favor que pedirle.
–Estoy a su disposición –respondió el Hermano Xavier pareciendo superar brevemente su frustración.
–El favor en realidad son dos. El primero que siga permitiéndome que en todos los documentos oficiales de la congregación yo siga hablando de nosotros como Hermanos de la Instrucción cristiana. El segundo es que desde este momento usted haga todo lo posible para que en todas las comunidades, en las escuelas, en las calles y plazas de nuestro país se nos siga llamando Hermanos del Sagrado Corazón, como quería nuestro buen padre Andrés.
El Hermano Xavier se levantó con media sonrisa, encantado de cumplir con una misión para la que se había preparado durante los últimos 30 años.
Nota. El primer reconocimiento oficial del Instituto, en el año 1829, fue con el nombre de Hermanos de la Instrucción Cristiana. El Hermano Policarpo, en asuntos administrativos, siempre empleó este nombre, seguramente porque no le quedaba otro remedio, aunque todos los próximos nos conocían como Hermanos del Sagrado Corazón. Nuestro nombre no llegó a ser oficial hasta el año 1891.