Iniciamos una serie de artículos de nuestro recordado y querido Hermano Ramón Luis. Llevan por título genérico Educar desde el corazón y recogen diversos textos narrativos que ejemplifican los caminos escolares que llevan al corazón. Se insiste mucho en que ser maestro es una vocación más que una profesión. Pues bien, esta profesión va conquistado poco a poco terrenos que pertenecen a la intimidad, de tal manera que el maestro termina colonizando a la persona. Esto es educar desde el corazón y es lo que pone de manifiesto el Hermano Ramón Luis en sus textos, que aparecerán todos los viernes durante los próximos meses.
José y María, padres de familia (Lucas 2,41-52).
Nuestro hijo Jesús, nuestro único hijo, nuestro mayor tesoro. Llegado el momento le buscamos un buen colegio. Como andábamos un poco justos con la economía de la casa los dos teníamos que trabajar y pocas veces podíamos participar en los encuentros que el colegio organizaba para los padres.
Todo fue bien hasta que el niño cumplió los catorce años. Comenzamos a encontrarlo un poco extraño, más silencioso, como si estuviera ausente. Jesús se había vuelto diferente y estábamos desorientados. No sabíamos qué hacer.
Un día llegó la tragedia. Cuando volvimos del trabajo nuestro hijo no estaba en casa. Esperamos, pero el muchacho no volvía. Llamamos al colegio, a los amigos… Finalmente acudimos a la policía. Fueron días terribles. Jesús había desaparecido sin dejar rastro.
Al tercer día, cuando volvimos después de otro día de incansable búsqueda, lo encontramos en casa. Nos lanzamos sobre él llorando y riendo al mismo tiempo. Le abrazamos, nos abrazamos. Cuando pudimos expresar una palabra le dijimos:
– ¿Por qué has hecho esto con nosotros?.
– Ya no soy un niño ¿no os habíais dado cuenta?- nos respondió.
Pasado el susto, encontramos un tiempo para hablar entre nosotros de lo que había ocurrido. Hemos comprendido que había llegado el momento de «dar a luz de nuevo» y que este parto suponía, lo mismo que el primero, dolor y alegría. Que en Jesús estaba naciendo «el hombre», y que este nuevo parto no sería posible sin nuestra presencia y apoyo.
Con mucho respeto nos hemos acercado de nuevo a nuestro hijo. Hemos descubierto toda la riqueza de este nuevo alumbramiento. De nuevo sentimos a Jesús cercano, pero, al mismo tiempo, sabemos que no nos pertenece, y que ya nunca podremos retenerlo como posesión nuestra.