De nuevo, el mar
Comenzaba mi cuarto año en Alsasua; en mis primeros años tuve algunas dificultades y casi sin darme cuenta me iba haciendo mayor; había llegado siendo un niño con 12 años, y ahora con 16 estaba en plena adolescencia; puedo decir que nadie me aconsejó en aquellos momentos. Estaban muy lejos todavía los Departamentos de Orientación y los psicólogos no se habían descubierto aún, al menos por nuestras latitudes; por otra parte solamente se permitían relaciones individuales, personales, con el Hermano “maestro” formador que tenía prohibido por nuestra Regla y por las leyes eclesiásticas indagar, hurgar, en la conciencia de sus “súbditos”; debía preocuparse solamente de la respuesta exterior, es decir del cumplimiento, de la disciplina y del orden establecido.
Tenías que tener mucha confianza para abrirle tu interior y yo no la tenía; quizás era un error pero era así, nadie lo cuestionaba y cada uno se las arreglaba como podía. Tuve momentos raros, malos, difíciles, amigos que me hicieron daño y me las tenía que arreglar con mi Dios interior; supongo que los demás también pasarían por momentos complicados muy propios de la edad que teníamos y del ambiente que vivíamos pero esas conversaciones entre compañeros eran sospechosas, estaban prohibidas y no lo podías compartir con nadie.
Pertenecía ya al grupo de los mayores y eso, por conocer todos los rincones de la casa y saber todas las costumbres, te da opción a mirar por encima del hombro a los grupos más jóvenes, en especial a los recién llegados. Ya era un Hermano profeso, pertenecía con todos los derechos, también deberes por supuesto, al Instituto y me sentía casi igual en todo, menos en la edad, a mis profesores; notaba que en las clases y en los contactos del día a día nos trataban con más simpatía y deferencia.
El año 1953 se celebró el cincuentenario de la Provincia de España. Con esta ocasión se organizaron diversas actividades especialmente para los Hermanos que estaban en los Colegios; recuerdo en particular un concurso de Teatro y otro de Poesía; no sé si las obras presentadas, o al menos las ganadoras, estarán archivadas en algún sitio o se habrán perdido. El día central de la celebración fue el 18 de agosto: nos juntamos en Vitoria todos los Hermanos de la Provincia junto con los profesos que estábamos en Alsasua y en Rentería. Asistimos en primer lugar a la Misa solemne en la iglesia de la Virgen Blanca; luego hubo un acto académico en el salón de actos y no podía faltar el ágape fraterno y muy especial. A nosotros nos pusieron en uno de los comedores de los internos separados del comedor vamos a llamarlo “oficial”. Guardé un recuerdo muy grato de ese día.
Por segunda vez cursé 5º de bachiller – anteriormente lo había cursado antes del noviciado- y mis compañeros de noviciado estudiaban lo que les correspondía después de haber aplazado los estudios profanos un año; es natural que se me quedaran mejor grabadas las asignaturas y en especial las fórmulas, el vocabulario latino, la realización de los problemas, la trigonometría, la nomenclatura química; tenía ventajas sobre mis compañeros. Solían decir que en el noviciado te olvidabas de todo, yo sinceramente no tuve esa sensación y volví a tomar mis estudios profanos sin ningún problema. Mi interior notaba también el cambio sin atribuirlo a las hormonas de las que por aquel entonces ni se hablaba, como si no existieran. El sentirme inferior por debajo, siempre como con miedo sin saber exactamente por qué, dio paso a un sentirme más seguro, más centrado, más alegre y feliz.
No pude saber de quién fue la idea pero durante el tercer trimestre me dieron algún libro diferente para preparar el examen de Ingreso en el Magisterio y el 1º año. En junio me avisaron que debía ir a San Sebastián para los exámenes de la Escuela Normal (así se llamaba entonces). Iba bastante bien preparado porque según las leyes de entonces se podía empezar Magisterio al acabar 4º de bachiller, al cumplir 15 años y yo llevaba bastante fresco el 5º de bachiller estudiado por partida doble. Durante la semana que duraron los exámenes, recuerdo que había 13 asignaturas en 1º y los exámenes solían ser por oral, residí en Rentería y me acompañaba siempre algún Hermano; de visitar la familia ni soñar aunque recuerdo que en algún momento “burlé” la vigilancia de mi acompañante y me pude “escapar” entre examen y examen.
Sentí la alegría y el cariño que me dieron los Hermanos de Alsasua cuando al volver me preguntaron por los resultados: había pasado el Ingreso por supuesto y de las trece asignaturas saqué once con notas bastante brillantes; no recuerdo muy bien por qué dejé dos asignaturas, me parece que no me presenté por algún motivo especial pero seguro que no me suspendieron. Y seguí como si tal cosa con los estudios de 5º, y los exámenes, junto mis compañeros hasta el mes de julio en que comenzábamos las vacaciones.
Llegaba el momento de dejar la Casa-Noviciado. Mi último año, una vez hecha la profesión religiosa lo viví con más entrega, con más convencimiento, con más amor, con más alegría. En el fondo me parece que se había producido una transformación debida con toda seguridad a que el Sagrado Corazón, con el que tenía familiaridad desde niño, me echó una mano y me ayudó sin darme cuenta a cambiar el temor, el miedo, por el amor.
Y un buen día de finales de julio de 1954 me encontré otra vez en Rentería en un hermoso edificio, el original Telleri Alde, residencia algunos años, como Casa General, de los superiores mayores; algún tiempo también Noviciado mayor. La última etapa de nuestra formación, llamada Escolasticado, estaba organizada durante dos años. Los cambios fueron notables: se nos trataba con más apertura, con más confianza, teníamos nuestra propia habitación, de vez en cuando nos dejaban salir de paseo sin acompañamiento de los profesores; y de nuevo encontré el mar: Pasajes de S. Juan, Jaizquibel, el cabo Higuer, las Peñas de Aya, Oyarzun, Fuenterrabía, San Sebastián.
Pasábamos, sin temor a que “perdiéramos la vocación”, por las calles de los pueblos; recuerdo que en alguna ocasión fuimos a bañarnos a la playa de Fuenterrabía eligiendo “por si acaso”, eso sí, las primeras horas de la mañana cuando la asistencia de público era mínima. La edad de los dos grupos que hacíamos conjuntamente el Escolasticado era entre 17 / 21 años y por muy “profesos” que fuéramos alguna vez se nos iban los ojos y las conversaciones detrás de alguna muchacha agraciada pero lo consideraba como una cosa natural sin mayor importancia. Eran “frutas buenas” pero había renunciado voluntariamente a ellas por otras mejores. Seguía con mi idea equivocada: “era yo quien había elegido al Señor”.
Empecé a vivir mi vida religiosa con más seguridad, con mayor aplomo y de alguna manera saboreando un poco la vida de oración, la estancia en la capilla. Los ratos de meditación y de lectura espiritual que en los años anteriores habían sido “dirigidos” escuchando lecturas más o menos comentadas, ahora se convirtieron en oración personal ayudada por unos libritos que pusieron a nuestra disposición. Con mi renovado fervor, – me habían nombrado “sacristán”-, me dedicaba a adornar lo mejor que podía y con lo que encontraba a mi disposición: luces, bombillas, maderas, paños, flores… las imágenes de la Virgen, del Sagrado Corazón, cuando llegaba alguna fiesta,
Nos preparábamos para obtener el título de bachiller para lo cual había que aprobar la reválida de sexto, se llamaba así; aquel curso se sustituyó el bachiller de siete años con su temida reválida por un nuevo bachiller con una prueba después del cuarto año y una reválida al acabar el sexto año; luego, para entrar en la Universidad, se cursaba un año especializado llamado “Preu”. Me encontré nuevamente, por tercera vez, repasando quinto de bachiller ya que en la reválida de sexto entraban los conocimientos adquiridos en quinto y en sexto. Pasé los exámenes, escrito y oral, sin dificultades y obtuve mi título de bachiller.
En aquellos años nuestra formación, antes de comenzar la vida apostólica en los Colegios, consistía en los tres años de Alsasua y dos en Rentería; al final de los cuales y ya con cierta madurez te daban una “obediencia” para dejar las casa de formación, residir en una comunidad y comenzar tu trato con los niños en la clase que te asignaran, normalmente con los pequeños. Llevaba un año en Rentería pero había estado cuatro en Alsasua; ya habían pasado mis cinco años “oficiales” de formación, por eso tenía cierta ilusión y esperanza, aunque aún no había cumplido 18 años, de poder salir a los Colegios (faltaban bastantes años para que se llamaran comunidades) a “dar” clase; así se llamaba nuestro “apostolado”.
Luis María García