De ayer y hoy
Debe ser la lluvia de este día que me ha provocado confinar lo ya confinado y no me queda otra alternativa que ver política, tristemente o escribir de memoria.
Qué bonitos tiempos cuando la lluvia o la nieve eran también motivo de obligado retiro, no confinamiento, allá en nuestro seminario de Alsasua; podías dedicar horas y horas a leer o a cultivar alguna de las artes. ¡Qué placer! También a escuchar música, LPs había, o incluso a escribir sobre arte, literatura… confeccionábamos revista propia y anualmente al menos se convocaban concursos de redacción, dibujo o pintura. Seguramente la biblioteca no tenía un fondo tan surtido (al iniciar los años 70 no pasarían de diez mil los ejemplares); seguramente los instrumentos musicales eran de segunda mano, y en ocasiones hasta la ropa que usábamos era de segunda mano.
Los más de 30 ejemplares de Historia Universal de César Cantú y los otros tantos de Historia de España de Modesto la Fuente, casi a tomo por semana, eran rápidamente devorados y después en días tenía que discutir con mi Hermano Rufino Múgica que sobre todo se informaba en la Historia Universal de un autor francés, no me viene a la memoria el nombre, que también tenía en la biblioteca sus ejemplares, y que había sido su referencia en la universidad.
Por supuesto había que enriquecerse en la información con libros coetáneos de los sucesos. En aquellos años la Historia del descubrimiento de América y sus exploradores me entusiasmaba. Páginas enteras de Francisco López de Gómara o de Benal Díaz del Castillo me venían a la memoria para hablar sobre la conquista de Nueva España – México. Idem de Pedro Cieza de León y de los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega… Incluso llegamos a hacer dramatizaciones sobre algunas de las “aventuras” de estos descubridores o conquistadores. Datos sobre Sebastián de Belalcázar, en la heroica región del alto Cauca – Putumayo, por ejemplo. Juan Ponce de León y Hernando de Soto eran también mis amigos.
En lo referente al arte llegábamos a hacer borradores de dibujo; logré una copia casi íntegra de lo que venía en el libro de texto de Historia del Arte. Recuerdo los dibujos de mosaicos romanos, del Panteón de Roma, de la Basílica Santa Sofía de Constantinopla queriendo ser otro Artemio de Tralles o Isidoro de Mileto para lo cual debíamos ejercitarnos en la geometría al menos. La “Lección de Anatomía” o el «Hijo Pródigo» de Rembrandt…
Los numerosos tomos de la Historia General del Arte de José Luis Asián Peña estaban bien manoseados; muchos los usaban. No tanto me encandilaban simbolismo ni expresionismo de los Rimbaud, Pisarro, Sisley, ni cubistas ni fovistas… que a otros colegas encantaban por el color. Sí apreciaba que tenían la técnica para elaborar lo que los grandes maestros del pasado hacían pero se dedicaban a otras cosas menos profundas, me parecía y me admiraba de lo que decían los grandes críticos del arte sobre ellos.