CONFIANZA
La confianza es gratis. Pertenece al mundo de los intangibles. Tiene bastante de inexplicable. Cuando falta, nos sumergimos en el mundo de lo soso, de lo superficial y de la sospecha.
Le ha salido un enemigo con cara de buena persona: la transparencia. Llevamos tiempo que se reclama en todos los entornos, en los del dinero, en las relaciones, los contratos,… y en el educativo. Suena bien lo de la trasparencia, y el pasado nos dice que es imprescindible para seguir, porque ¡hay cada uno!… Así ha tomado carta de naturalidad y a ver quién es ahora el que cuestiona este asunto.
Por mi parte lo voy a intentar. Y tú que me lees, verás lo que coges y lo que dejas… Si dejamos entrar la trasparencia, se nos queda arrinconada la confianza. Y si puede, termina yéndose sin decir nada. No. La trasparencia no nos hace más confiados, nos hace más seguros, se nos pone cara de “a mí no me engaña nadie, faltaría más” Esto puede dar cierta tranquilidad, momentánea, pero no se acerca a lo que es la confianza.
Ya hay quien llama a nuestra sociedad, la sociedad de la transparencia. Además de otros adjetivos. Y este suena a limpio, da una primera impresión de tranquilidad, de que hemos mejorado y tenemos más control. Te sugiero que pares un momento, cierres los ojos, y profundices sobre esto. Después de un tiempo, contrasta cuáles son tus verdaderos sentimientos y pensamientos hacia la sociedad en la que vives.
Soy amigo de equilibrios difíciles y de caminos poco transitados. Admito que el equilibrio entre transparencia y confianza me cuesta verlo. Me parece una apuesta a una de las dos opciones. Una de las dos pierde.
Una de las consecuencias, cuando optamos por la transparencia es dejarnos en manos de la norma, la ley y la evidencia. Alguien dijo sabiamente que cuanto mayor es el número de normas, menor es el espíritu con el que se vive. Se nos pone como personas y como ciudadanos enfrente de la ley y el derecho; y no frente a los ideales y los sueños, la responsabilidad y la bondad. Me viene la imagen de pretender meter la vida, con todos sus matices, en una tabla Excel. Todo puede ser redactado en un artículo de ley: la igualdad, el género, los derechos, la libertad, las expresiones, la corrección, el respeto, las ideologías que sí se pueden tener y otras de las que no se puede decir ni “mu”…y hasta un código de colores imposibles de recordar para aparcar en los ambientes urbanitas supuestamente pensados para vivir.
Apliquemos todo esto a nuestro mundo educativo. La sociedad, en principio dueña de su destino, descubre la importancia de la educación y monta un sistema educativo destinado a sus miembros más jóvenes. Aquí ya tenemos un problema: hay quien equivoca educación con sistema educativo. Y algún listo/a que se siente con poder llega a creerse que él/ella es el/la responsable de la educación cuando solo se le ha confiado un sistema educativo…y se pone como un loco/a a legislar y sacar normas creyéndose dueño/a de nuestro destino… y la sociedad calla y tolera. ¡Perdón! Me he dejado llevar. No era este el tema.
Decía que, la sociedad que cree en la educación monta un sistema educativo y le confía su aplicación al magisterio, los maestros y maestras. (Magisterio viene a significar el que más sabe o más cualidades tiene, en contraposición a ministerio…) El tiempo nos ha llevado a que maestros y maestras se dejen llamar “profe”. A fin de cuenta son seres a sueldo y con ese nombre a lo mejor el alumnado le tira menos bolitas de papel a la espalda. El caso es que la sociedad confiaba la acción sagrada de la educación a los maestros y maestras. Sí, se nos confía.
Antes de atreverte a negarlo, desarróllalo un poco. Quienes nos dedicamos a la educación, nos ponemos ante nuestros educandos con toda la fuerza moral, con todo el soporte social de una sociedad que cree en nuestra capacidad, en nuestra acción, en nuestra vocación. ¿Hemos dimensionado alguna vez la autoridad verdadera y poderosa, sana y posibilitadora, si esa confianza de la sociedad en el magisterio fuera real?
No sé si alguna vez fue así. Hoy parecemos sobre todo sospechosos. Y por eso nos apuntan en la espalda con normas, reglas, supervisiones, evaluaciones externas autonómicas, nacionales e internacionales y declaraciones de transparencia… y al final la educación se reduce a una media… y a la sociedad se le queda cara de idiota.
Algo habremos hecho para llegar a esto. No voy a entrar a realizar juicios. Que cada uno empiece por hacer autocrítica. Me interesa más en este momento centrarme en otra confianza. En la confianza de la que sí somos dueños. La que nosotros tenemos en las personas. La que depositamos de antemano, gratis y a fondo perdido en nuestros educandos. En todos. Sin clasismos, sin tabla Excel y sin informe social. La confianza ciega, desnuda, aparentemente bárbara y fuera de toda lógica. La que llega y hace crecer. La que pone la base para la vinculación, la cercanía, la seducción y la educación. La que está lejos de todo documento legislativo, protocolario y supervisión miope. La confianza que educa. Sin la cual no se educa. La que hace crecer vida en el desierto, esperanza en la destrucción y crecimiento en el fracasado. La que pone rostro de persona en la hostilidad de los sistemas.
¿De dónde nos nace? ¿De dónde sale? De nuestra idea de persona y sociedad. De nuestra creencia en la bondad y el bien. Del fondo de nuestro corazón. Tal vez no necesitamos empoderarnos, sino “encorazonarnos”. Y gratis.
“La escuela tiene un único problema: los niños que pierde. Llegados a este punto, los únicos incompetentes para la escuela sois vosotros, que los perdéis y no os preocupáis de buscarlos. Los problemas de la escuela los ve la madre de Gianni, ella que no sabe leer. Los entiende cualquiera que tenga metido en el corazón a un muchacho suspendido.” Carta a una Maestra.