Carta de Andrés Coindre sobre la espiritualidad de la compasión
Estando presente en la sesiones del Capítulo desde el Corazón del Señor, me ha sorprendido un poco la importancia que me estáis dando ¿Verdaderamente he hecho y dicho todas las cosas que decís que he hecho y dicho? ¡No me lo podía ni imaginar!
Hay dos expresiones que me han llamado la atención: espiritualidad de la compasión y pedagogía de la confianza de la confianza. Las palabras no me suenan mucho, pero después de haberlas escuchado estoy convencido de que han sido aspectos importantes de mi vida.
Pensando en lo de la espiritualidad de la compasión, me he puesto a recordar acontecimientos de mi vida y creo que os puedo explicar cómo la descubrí.
Bueno, primero tendría que confesar que la historia de las niñas del pórtico de la iglesia de “Saint Nizier” no ocurrió exactamente como la cuentan, por lo menos en sus comienzos. Antes de que yo recogiera a esas niñas yo ya las conocía. Muchos días había pasado delante de la iglesia y varias veces me las había encontrado. Algún día me detuve, les pregunté algo acerca de su vida y les di alguna limosna. Pero yo, me decía, no estaba llamado a solucionar todos los casos de abandono que, desgraciadamente, abundaban por las calles de Lyón.
Un día, como otras veces lo había hecho, me tocaba predicar el sermón final de una misión sobre el tema de la cruz. Las palabras que salieron de mi boca creo que todos las conocéis, pero me gustaría que las volvierais a recordar, porque supusieron mucho en mi vida:
La cruz os va a hablar en vez de hacerlo yo. Y ¿qué os dirá ?
Os anunciará el amor de todo un Dios hacia los hombres, pues amó tanto al mundo que lo amó hasta el colmo de darle el corazón de su propio Hijo.
Os anunciará el amor de Jesús que nos amó hasta morir de amor por nosotros.
Se cerraron sus ojos pero fue el amor que os tenía el que se los cerró.
Su rostro tiene la palidez de la muerte y está desfigurado porque el amor de su corazón oculta el esplendor propio de su faz augusta para así mejor enternecer vuestros corazones.
Su boca está cosida por la rigidez de la muerte porque el amor de su corazón le llevó hasta el extremo de emplear tan solo el lenguaje de la muerte de un Dios, lenguaje que encierra elocuencia infinitas.
La lanza atravesó su corazón, corazón que quiso ser alanceado para que fuerais heridos por los dardos de un amor que sólo pide reciprocidad.
Días más tardes, de vuelta ya a Lyón, al atardecer entré en Saint Nizier para hacer un rato de oración. Las palabras del sermón de los días precedentes volvieron a mi mente. Me pregunté si verdaderamente yo estaba viviendo lo que predicaba a los otros. ¿Qué me decía a mí la cruz? Volví a repetir las palabras de mi predicación, pero ahora dirigidas a mí mismo, como si me estuviera predicando a mí mismo una misión. Y de pronto me sucedió algo sorprendente. El gran crucifijo delante del cual estaba rezando pareció tomar vida. En su rostro vi los rostros de los niños y jóvenes abandonados que tantas veces había visto por las calles de Lyón y en los pueblos que recorría; de sus llagas parecía que salían sus voces, o sus silencios, solicitando una ayuda, ayuda que yo no podía darles porque no formaba parte de mi “carisma” (¿es así como decís ahora, no es verdad?); en su costado abierto me pareció ver, como escondidas, la imagen de las dos niñas del pórtico de la iglesia de las que os he hablado. Todo duró un instante; en mi corazón surgió algo que no sé explicar, pero que era como una hoguera ardiente. Salí afuera y allí estaban las dos niñas.
Esta vez no les dije nada. Tomé a una de la mano y a la otra en mis brazos. No sabía lo que podría hacer por ellas, pero sí estaba convencido de que no podía dejarlas seguir viviendo en el abandono. Comencé a subir la cuesta que lleva hasta el Convento de los Cartujos…
Hermanos, creo que esto es la espiritualidad de la compasión. Así la descubrí yo. Vividla. ¡Quizás os encontraréis en vuestra vida con alguna sorpresa!