Carta apócrifa del Hermano Policarpo
Mis queridos Hermanos:
Aunque haya perdido la costumbre de escribir cartas, hoy he tomado la decisión de hacerlo. Me gustaría clarificar algunos puntos que desde “estas alturas” a veces oigo en vuestras discusiones… o en lo profundo de vuestros corazones.
En primer lugar querría hablar de la “oposición” que parece haber, para algunos de vosotros, entre el Padre Andrés y yo. Como voy a repetir en variadas ocasiones esos son problemas inventados por vosotros y no problemas reales: que si antes se hablaba sólo de mí y ahora se habla más de Andrés Coindre…; que quién es más importante en estos momentos de la Congregación…; que cómo recuperar mi figura cuyo “prestigio” parece haber decaído después del redescubrimiento del P. Andrés Coindre…; que si en los colegios es conveniente presentar la figura de Andrés Coindre o dejar las cosas como están para no complicar las cosas…
Por favor no se trata de una cuestión de “prestigio” o “precedencia”. Os aseguro que ninguno de los dos quiere ser más que el otro, ni nos sentimos ofendidos cuando se alaba al uno o al otro. ¡Qué barbaridad! El único importante es el Señor. El Señor y esas “encarnaciones diminutas” que son los niños y jóvenes a los que educáis y esos otros, tan necesitados, que están esperando vuestra presencia. Andrés fue el Fundador, el primer impulsor; yo fui un Hermano que quise ser fiel a ese carisma fundacional presente en Andrés y que se tenía que desarrollar en circunstancias bastante difíciles. Tengo que confesaros que nos divierte mucho, tanto a Andrés como a mí, cuando empezáis a discutir sobre nuestros respectivos papeles en el hoy del Instituto.
Un segundo tema que me gustaría abordar es el de la “beatificación”. Cuando llegué a la morada celestial descubrí que esas eran más bien preocupaciones humanas. Aquí no existen diferencias entre santos, beatos, venerables, siervos y otros títulos semejantes. Aquí se cumple a las mil maravillas aquello de no llamar a nadie padre, maestro (y no digo nada de excelencia, eminencia reverendísima…) sino que todos somos “HERMANOS”. ¿Que qué pienso de ese tema de mi posible beatificación? La verdad que no me afecta en absoluto. Si a vosotros os ayuda a ser mejores y más fieles Hermanos: ¡adelante! Pero, atención, si se trata de cultivar el orgullo, superar complejos de inferioridad con respecto a otras Congregaciones repletitas de santos y beatos, entonces olvidaros del tema. La santidad de un Instituto no está en función del número de miembros “subidos a la gloria de los altares” (¿no os parece un vocabulario muy poco cristiano?), sino de la capacidad de amar a Dios con todo el corazón y de ser Hermanos entre vosotros y con todos, especialmente de los más pequeños y necesitados. Personalmente a mí me gusta mucho más el título de Hermano que el de Venerable, Santo o Beato.
Y finalmente el famoso tema del milagro. A veces escucho aquello de que os da miedo rezar por la salud de un enfermo por medio de mi intercesión porque a los pocos días hay funeral. ¿Me habéis confundido con un curandero al que se acude cuando ya la medicina no tiene nada que hacer? Os puedo asegurar que no tengo estudios de medicina ni que en mi vida he “matado” a nadie.
En este tema también estáis un poco confusos. No existen entre nosotros santos más “milagreros” que otros. Se puede decir que esos milagros son “colectivos”. En esto somos muy solidarios. Y, ¿no os acordáis de aquello que ya repetía una y otra vez Jesús cada vez que hacía una curación: tu fe te ha salvado? ¡Sois vosotros los que podéis hacer milagros! A nosotros ya se nos pasó el tiempo.
Os diré un secreto: la única posibilidad que tengo de hacer “milagros” sois vosotros. Y en verdad, ¡cuántos milagros podéis hacer cada día! ¿Sabéis cuál es el mayor milagro? El de la ternura, el del amor compasivo, el de la confianza sin límites; el milagro de saber escuchar, de saber compartir las pertenencias y las vivencias; el milagro de curar las heridas de los corazones de las personas; el milagro de perdonar; el milagro de ser el sacramento del Corazón misericordioso de Dios… Esos son los milagros, miles y miles de milagros cada día (y no esos casos aislados y dirigidos a muy pocas personas, a los que vosotros llamáis milagros) que Andrés y yo, y todos los santos Hermanos del Instituto, queremos hacer por vuestro medio.
Rezad mucho y con mucha devoción para que vuestra (nuestra) misión educativa sea ese milagro que el Señor sueña para los niños y jóvenes que se os han confiado. Y por favor no recéis tanto por la “glorificación del hermano Policarpo” sino para que la Gloria de Dios, que es la salvación de todo hombre y de toda mujer, se vaya haciendo realidad en la tierra como en el cielo. ¡Amén!
Estas son las cosas que os quería decir.
Saludos de Andrés y de todos los Hermanos que os han precedido. Os queremos con todo el amor del Corazón de Dios, que no os podéis ni imaginar lo inmenso y lo sencillo que es.
Hermano Policarpo