Cambios
Durante los siete años, 1957- 1964, que estuve en Rentería se produjeron muchos cambios en la organización de la formación inicial. Me olvidé pronto de mis años de Guernica, no valía la pena mirar hacia atrás y me dediqué con todo mi entusiasmo joven a mejorar, si podía, la vida muy exigente todavía de nuestros seminaristas más pequeños; en la primera clase tenían 10 años y hubo alguien que entró a los nueve años. Era necesario sustituir el cariño y el amor que habían dejado en sus familias. Mirando con los “ojos” de ahora parece una aberración pero entonces era así y no llamaba la atención; se pensaba que era imprescindible sacarles de su ambiente familiar y de sus amistades para impregnarles cuanto antes de una educación cristiana, comunitaria, y más completa desde el punto de vista académico.
Me llamó la atención (cuando había entrado solamente siete años antes no lo eché en falta) que en un seminario, aunque fuera juniorado con edades de 10 a 15 años, no existía biblioteca; aparte de los libros de texto no había un solo libro ni de aventuras, ni de literatura, ni religiosos, ni comics, ni nada. No indagué los motivos -¿para centrarse más en los estudios?, ¿para evitar lecturas que pudieran ser peligrosas?, ¿para no perder la vocación?-. Removiendo todo lo que pude, hablando con los Superiores que en principio se mostraban reacios por la simple razón de “siempre se ha hecho así”, buscando dinero, que era lo más complicado, pidiendo a unos y a otros, conseguí reunir unos cien libros propios para la edad; no era una gran biblioteca pero sí una manera de empezar y romper algunos tabúes.
Un paso adelante fue poner unos altavoces en las clases y en el comedor para que se fueran familiarizando con la música, sobre todo con la música clásica, y les sirviera de acompañamiento mientras se ocupaban con los libros de lectura o incluso algunos momentos durante las comidas. En Dirección se instaló un micrófono para que los sábados pudiera hablarles el Director a todas las clases sobre la liturgia del domingo, observaciones, avisos…Fue un gran avance porque en aquella época no disponíamos de radio en la comunidad del Seminario; el Director tenía un aparato en su despacho y lo encendía un par de veces al año para retrasmitir algún partido de fútbol. Era un “sueño” que desde entonces se pudiera escuchar la radio en las clases
Al finalizar mi segundo año de estancia en el Seminario y después de seis años de profeso temporal, me correspondió hacer la Profesión perpetua; no lo tuve que pensar porque desde el principio mi elección había sido para siempre. Después de ocho días completos de Ejercicios espirituales en Vitoria, un 7 de julio de 1959, emití mis votos perpetuos. Sentí una felicidad interior como no había sentido nunca y no la he vuelto a sentir; fue algo difícil de explicar, se podría decir que durante todo el día sentí el amor del Corazón de Jesús en mi mente y en mi corazón. Era costumbre de entonces que al grupo que hacía la Profesión perpetua se le obsequiaba con un viaje-excursión de tres o cuatro días; no sé quién eligió ni organizó nuestro viaje pero pasé unos días inolvidables: saliendo de Vitoria visitamos Santander, Gijón, Oviedo, Valladolid, Burgos. Para nuestros gastos personales (recuerdos, caprichos, pequeños “vicios”) nos dieron 100 ptas; como estábamos acostumbrados a no disponer de nada me supuso un pequeño capital y lo administré lo mejor que pude durante todo el viaje. Por nuestro compromiso con el voto de pobreza lo que no se gastaba había que entregarlo a la vuelta; sinceramente no me acuerdo si al final del viaje mi pequeño capital se había terminado.
En los años 60 se reestructuraron los estudios en las casas de formación y ello dio lugar a cambios en la organización de los diferentes grupos. Hasta entonces el 4º de bachiller se cursaba en Alsasua a la vez que se preparaba el comienzo del Noviciado; al tener que presentarse a la reválida de 4º se pensó que era mejor que lo hicieran en Rentería; se cambió incluso la fecha de la primera profesión, que se había mantenido durante mucho años en el 16 de julio, por el 12 de octubre para dar oportunidad de examinarse en septiembre si alguien no había conseguido aprobar en junio. No era una manera muy apropiada de prepararse para el noviciado pero lo que ahora nos puede parecer un poco incoherente se aceptaba como válido.
El número de seminaristas pequeños aumentó de forma considerable; era conveniente separar los primeros cursos, 1º y 2º de bachiller, de los mayores, 3º y 4º de bachiller. Quizás porque llevaba varios años con los juniores me pusieron en el grupo de los mayores. Los escolásticos dejaron la antigua casa de los Superiores, se trasladaron a Alsasua y el sitio que dejaban lo ocupamos con los cursos 3º y 4º de bachiller.
En el verano del 61 con el fin de acompañar en todos los sentidos a los seminaristas mayores y no cambiar por completo la vida que llevaban en el seminario se me ocurrió una idea: reunirles y llevarles de “campamento” a nuestra finca de Pozuelo. Cuando planteé la idea la tomaron como descabellada, como me lo esperaba; poco a poco y razonando lo mejor que pude logré convencer a los miembros del Consejo Provincial de quienes dependía toda la organización de la Provincia y por tanto de los seminarios. La idea de los “campamentos” resultó bien, fue del agrado de los interesados y se mantuvo, aunque se iban cambiando los lugares, durante muchos años hasta que se fueron cerrando los seminarios.
También aumentaba el número de alumnos que tenía el Colegio, llamado familiarmente “La Alameda”, situado en el centro del pueblo, debido sobre todo a que de tener solamente alumnos de Primaria pasó a recibir alumnos de los cuatro primeros curso de bachiller. Estos cursos se habilitaron en la antigua casa de los Superiores y los seminaristas de 3º y 4º volvieron otra vez a la casa seminario; después de hacer algunas reformas se mantuvieron los grupos de pequeños y mayores separados.
En las dependencias antiguas del nuevo Colegio de Zaragoza y aprovechando el resurgir vocacional, se abrió un nuevo semanario. En Rentería nos empezamos a encontrar un poco incómodos con un número excesivo de seminaristas. Se pensó en abrir una nueva casa para desahogar principalmente el seminario de Rentería.
Era el verano de 1964, el mes de julio. Estaba encargado del campamento en Pozuelo cuando un buen día se presenta el Administrador provincial y me pide que le acompañe a hacer unas gestiones; pasamos Navacerrada y al bajar entramos en la finca “Santa Cecilia”, a un km. escaso del Real Sitio de la Granja de San Ildefonso, propiedad del Conde de San Jorge. En medio de la finca había una casa señorial suficientemente grande para albergar, después de hacer algunas obras, una cincuentena de seminaristas. Nos esperaba un señor para firmar un contrato de alquiler por cien mil pesetas anuales. Y así es como comienza nuestra estancia en el Real Sitio.