Andrés Coindre nos presenta el “Piadoso Socorro”
Queridos amigos:
Me llamo Andrés Coindre, sacerdote de la diócesis de Lyón. Me dedico, sobre todo, a la predicación de misiones.
Os tengo que comunicar que se ha creado en la ciudad de Lyón un nuevo establecimiento de caridad que creo os puede interesar. Pero quisiera explicaros cómo un predicador de misiones ha llegado a estar implicado en esta aventura.
En mi ir y venir por las calles de Lyón, me he encontrado con montones de muchachos pobres que vagaban por la ciudad. A veces me detenía a hablar con ellos y me contaban unas historias que me hacían saltar las lágrimas. Algunos eran enviados por la familia para sacar cuatro cuartos con qué sobrevivir, muchos habían abandonado su familia o bien habían sido abandonados por ella. Se ofrecían a trabajar en no importa qué asunto, pedían limosna o bien robaban. Muchos terminaban en orfanatos de mala muerte o, lo que es peor, en la cárcel. Y ahí quería llegar.
Una de mis tareas apostólicas, aparte de las misiones, era visitar las prisiones. El espectáculo era verdaderamente aterrador. En la predicación de las misiones se me asignan los sermones del infierno, del cielo y del amor de Dios. Pues bien en la prisión descubrí verdaderamente lo que era el infierno…, y yo quería que aquello se transformara en un cielo. Rodeados de verdaderos criminales, aquellos pobres muchachos no sabían lo que era el amor: ni el de Dios ni el de los hombres… Pero juntamente con algunos empleados de la prisión se comenzó un programa de rehabilitación con esos muchachos y los resultados fueron palpables. Pero todos esos esfuerzos serían inútiles sino se continuaba la obra más allá de la prisión.
Comencé a buscar por todas partes, pero fue inútil por todas partes se les rechazaba porque era como si llevaran escrito en la frente como un estigma: antiguo recluso, fue y siempre será un delincuente. Las casas “honradas” no querían recibirlos, todos los establecimientos, incluso los religiosos, les estaban cerrados ¿Que se podía hacer entonces? ¿Había que dejarles volver a la calle, para que después de poco tiempo volvieran a la prisión? Y sentí en mi interior como una voz que me decía: ¿No predicas tanto el amor de Dios?, ¿no es tu tema favorito? Pues el amor de Dios es para ti dar una respuesta a esos adolescentes. Busca, encuéntrales un hogar.
Y allí empezó mi aventura: buscar un lugar, unos encargados, unas personas que lo financiaran. Gasté casi todos mis ahorros en la compra de un antiguo taller de seda, pero alguien tenía que seguir sustentando la obra. Y después de muchos esfuerzos, de mucho pedir ayuda, de ir de un lugar a otros, y también de mucho rezar… eso se ha convertido en una realidad.
Y ahora os quiero presentar mi pequeña obra “El Piadoso Socorro”. Tiene por finalidad formar en el amor a la virtud y al trabajo a los jóvenes que se encuentran sin cobijo y sin recursos. Está formado de dos talleres separados en los que los niños se encuentran repartidos según su mejor o peor conducta.
El primero es para los niños pobres. En general son muchachos huérfanos que por falta de protección o de medios económicos no pueden conseguir una buena colocación. El segundo, el taller de prueba, es para los niños que han sido o que todavía siguen siendo para sus padres motivo serio de inquietud a causa de diversos problemas y que, a menudo, vagan por los muelles y plazas públicas, expuestos a todos los desórdenes del vagabundeo. En este taller es donde he colocado a los reclusos jóvenes, a veces unos niños, de los que os he hablado.
Ahora mi mayor preocupación es la continuidad de las personas que se van a encargar de los muchachos. Es lo más importante. Ya sé que estas cosas no se hacen por dinero. Hace falta mucho amor a Dios, mucho amor a los niños y jóvenes, una dedicación en cuerpo y alma. Pero creo que tengo la solución: una congregación de Hermanos. Hermanos que estén inflamados por el fuego del amor del Corazón del Señor y, a la vez, de los sentimientos de mansedumbre y humildad de ese mismo Corazón. ¡Verdad que es una buena idea! Creo que detrás de todo esto anda el Señor haciendo de la suyas. ¡Hay que ponerse a trabajar de nuevo! Creo que no va a faltarles trabajo porque hay tantos niños y jóvenes necesitados a los que hay que ayudar. Y eso ahora, en los comienzos del siglo XIX, pero será lo mismo cuando comience el siglo XX o el XXI.
Si también vosotros tenéis estas inquietudes, si no queréis aceptar un mundo que olvida, ignora o rechaza a los más pobres; si os rebeláis ante este mundo injusto; si creéis en el amor de Dios os invito a rezar esta oración:
Señor, el mundo está enfermo :
lo comprobamos tomándonos el pulso nosotros mismos,
poniendo la mano sobre nuestro corazón
A veces, Señor, tenemos la evidencia de que este enfermo se agrava cada día
y nos preguntamos con angustia qué podríamos hacer para devolverle la salud.
¿Declararnos impotentes y dejar que todo muera ?:
no quedaríamos en paz, Señor,
hay algo en nosotros que se resiste a darse por vencido.
Maestro bueno, ¿qué debemos hacer ?
Dínoslo, somos tus discípulos.
Aunque… ya nos lo has dicho muchas veces, Señor.
Sólo una cosa es necesaria. No temáis, no acumuléis preocupaciones,
no os agobiéis por el temor de dar poco o por el afán de dar mucho ;
conformaos con darlo todo aunque ese todo no sea más que el cuenco de vuestras manos vacías.
Buscad el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura.
Y cuanto hagáis por uso de esos pequeños, a mí me lo hacéis.
Jesús, no tienes manos, tienes sólo nuestras manos
para construir un mundo donde habite la justicia.
Jesús, ni tienes pies, tienes sólo nuestros pies
para poner en marcha a los oprimidos por el camino de la liberta.
Jesús, no tienes labios, tienes sólo nuestros labios,
para proclamar a los pobres, la Buena Nueva de la libertad.
Jesús, queremos ser para tantos niños y jóvenes pobres y humildes, oprimidos y carentes de amor, tus manos, tus pies, tus labios y tu Corazón.
Y espero que un día mis “soñados” Hermanos van a continuar mi obra y que sentirán en su corazón lo mismo que yo he sentido caminando por las calles de Lyón. Y si un día te los encuentras no te olvides de ayudarles y de recordarles lo que yo te he dicho en esta carta
Un cordial saludo
Andrés