Alégrense todos, en estos tiempos de miedo y dolor, alégrense en medio de la pandemia y el confinamiento porque Dios se acercó a nosotros
y vino a regalarnos su Cielo aquí en la Tierra.
Alégrense los hermanos y las hermanas, llénense de gozo por la fiesta.
Brindemos y saltemos de alegría por el júbilo, porque Dios nos mostró un rostro de hermano.
Celebren y gocen porque, por encima de todo,
Dios nos abrió las puertas de su corazón y de su vida.
Exulten los que sufren cada día porque tienen la vida amenazada,
festejen también los que no pueden comprar “el pan con el sudor de su frente”.
Fortalezcan su corazón los débiles,
porque un Dios de puertas abiertas los invita a su casa;
anímense los tristes y llénense de júbilo
porque Dios rechaza a los que se desentienden de la tristeza de los hombres. O la provocan.
Gocen y celebren porque hay policías, soldados, médicos,
limpiadores, enfermeras, cuidadores…, que, creyendo o sin creer,
nos ayudan a ver a un Dios vivo, siempre cercano y compañero
que comparte con nosotros su casa, y nos enseñó a vivir como hermanos y hermanas.
Gocen en esta Pascua extraña
y abramos las puertas a Dios en el hermano,
en el niño, en el joven, en el pobre, tantas veces víctimas de un mundo que se cree Dios, abramos las puertas a un Dios que se sabe rechazado.
Alégrense y festejen este tiempo en el que Dios nos invita a la solidaridad y a la responsabilidad,
gocen la cercanía de un Señor que se hace pan y vino,
y pesebre, y niño, y sonrisa, y mesa…