SENTIDO
Desde hace años, en el equipo de Centro Puente tenemos por costumbre, ante cualquier incidente o problema provocado por un alumno/a terminar hablando. La pregunta terrible, y aquí está la novedad, es preguntar ¿Para qué? ¿Para qué has hecho lo que has hecho?
Ante la presión y de forma instintiva los chicos y chicas suelen responder a la pregunta del porqué. Con lo cual hay que recordarles que les hemos preguntado el para qué.
La pregunta ¿Para qué hacemos lo que hacemos? Nos descoloca a todos. Nos rompe la lógica habitual de planteamiento y nos hace revisar las respuestas. Esto le convierte en una pregunta interesante, importante…merece nuestra atención y nuestro tiempo.
Quiero evocar con estos comentarios anteriores el tema del sentido de nuestros actos y llevaros, a los que leéis esto, a la cuestión del sentido último. No pretendo resolver nada. Simplemente poner sobre la mesa, ante nuestros ojos y ante nuestra reflexión y sentir, las preguntas últimas, las esencias gordas, el sentido profundo. Y lo hago consciente de que simplemente con sacarlo hago un acto de rebeldía. Sí, un acto contracorriente porque no veo, ni leo, sobre esta cuestión en los lugares habituales y más comunes. Tampoco cuando me asomo a lecturas más escogidas.
En una sociedad harta de entretenimiento hasta llegar al cansancio, que necesita evidenciar todo de forma transparente y controladora (sobre esto lee a Byung-Chul Han); una sociedad líquida (esto es de Zygmunt Bauman) con todo líquido, próximo todo al estado gaseoso y la evaporación, hablar de sentido y esencia no suena bien. Admitámoslo, suena carca. Los amigos de lo carca y lo rancio se han apropiado de estas palabras gordas y las han enmohecido; los amigos de la innovación son demasiado perezosos para buscarle la frescura y la renovación, van siempre corriendo ante el brillo y no les da tiempo a pararse en lo esencial.
Lo miremos por donde lo miremos, el sentido está. O es propio o lo tomamos prestado. O nos lo trabajamos o tomamos regalado uno de pega. O es de los de verdad o cogemos versiones baratas de los prólogos de las leyes que se consideran importantes. Sentido hay, otra cosa es que no sepamos responder a las preguntas de sentido, al porqué y el para qué profundo. Pero esto se debe a una falta de práctica, o a una evidencia de que llevamos puesto un sentido que no es nuestro y queremos que no se nos note.
Y se nota. Y lo sufrimos. Y lo sufren los demás. El sentido profundo y esencial orienta nuestra vida. Le da forma, nos da firmeza y seguridad (y no tiene porque quitarnos flexibilidad mental ni tolerancia). Nos da continuidad, y nos da lo que es…sentido.
Y conviene preguntarnos qué es lo que aporta a los demás. Nuestra tarea es para los demás, está volcada en los otros. Los demás son beneficiarios de nuestro arraigo en un sentido fuerte, conformador, vital. ¿No es acaso una traición dedicarnos a la educación solo con carcasa, sin trasfondo, sin riqueza interior y sin sentido que ofrecer? ¿Qué talla de educador/a somos si no llevamos algo de verdadero valor en nosotros/as?
Dice Giancarlo Livraghi que no expliquemos desde la maldad lo que se puede explicar desde la estupidez. Lo que nos pasa y nos crea tensión, tristeza y problemas también se puede explicar desde el sentido. O tal vez la falta de sentido esté muy cerca de la estupidez.
El sentido nos da trascendencia, o si no no es sentido. Y da trascendencia a nuestra acción (Trascendencia: he aquí otra palabra que nombramos con rubor. Otra palabra desterrada, secuestrada de los discursos). Y la transcendencia nos da plenitud. Nos embarga.
¿Y acaso no es ese un deseo humano? Sentirnos plenos, en lo que somos y en lo que hacemos. De tal forma que nuestros actos nos trasciendan, tengan una dimensión de profundidad y plenitud. De tal forma que estemos cerca de un equilibrio entre lo que somos y lo que hacemos, entre lo que pensamos, sentimos y nuestras acciones…
Y si la educación sigue siendo por emulación principalmente, nuestro sentido fluirá hacia los demás, y no solo trasmitiremos conocimientos, e incluso saberes, sino también sentido de la vida…y trascendencia…y plenitud. Creo, no sé lo que piensas, que de esto iba lo que dijimos que era nuestra idea de educación a la que decidimos dedicar tiempo y alma. Y merece la pena que sea así. ¿No?
Jesús Gallego