Hace unos años , de vuelta a casa, me crucé con una manifestación que atravesaba la Plaza de la Virgen Blanca de Vitoria. Debía ser una protesta estudiantil porque la mayor parte de los convocados era gente joven. A pesar de que no eran muchos, hacían bastante ruido, aunque dentro de un clima más o menos festivo. Cuando la cabecera de la manifestación enfilaba la Calle de Postas y se introducía en un ámbito más cerrado se hizo evidente que había más gente en los balcones y en las aceras que asistiendo a la marcha. De repente alguien desde la cabecera comenzó a jalear un lema: “Desde los balcones y las aceras, no se defienden las banderas”. Enseguida todos los manifestantes comenzaron a repetir el lema haciendo gestos amables a la gente de los balcones para que bajaran a la calle e invitando a los testigos de las aceras a bajar al asfalto. Yo no pude negarme ante la sonrisa enorme de aquellos ojos verdes que me invitaron dulcemente tomándome del brazo. Fue mi primera manifestación, y también la ultima.
He recordado esta anécdota durante la lectura de Christus vivit, la exhortación apostólica del Papa del pasado 25 de marzo. En ella les pide a los jóvenes que no balconeen, que es lo mismo que hacían los de los balcones en aquella manifestación vitoriana. Balconear es mirar la vida desde fuera, sin decidirse a implicarse personalmente en ella. Balconear es lo que hacen muchos jóvenes desde la atalaya de las redes sociales, tomando como vida una realidad paralela que los mantiene en las fronteras de su propia existencia.
El papa también da la receta contra el balcones en la forma de un logrado poema de Francisco Luis Bernárdez:
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido,
si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado,
Si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.